Relatos de vida

“María Andrade”, más de 6 décadas vividas en el Sur

“ María Andrade ”, vecina de nuestra ciudad de Río Gallegos que, a sus 90 años, nos recuerda sus pasos desde Puerto Montt hacia la Patagonia Austral, la difícil vida que se transitaba en aquella época donde azotaba la necesidad y la pobreza, trabajo, frío e hijos a flote, una historia que parece tener un Déjà Vu.

  • 30/06/2021 • 11:45
María Andrade.
María Andrade.

En la recorrida que realiza el móvil del Multimedio Tiempo, se encuentra en esta ocasión con la historia de María Andrade, vecina pionera de nuestra ciudad de Río Gallegos que nos recibió en su hogar a sus 90 años de vida y con una recorrida por la Patagonia por más de seis décadas. Desde Puerto Montt-Chile a Río Gallegos y una historia conmovedora de vida, hoy María Andrade.

 

Infancia, trabajo y frío

María recuerda como una anécdota feliz, sus pasos de niña a lo largo de las calles chilenas, el frío crudo que lo comparaba a los del Sur que, sin embargo, eran aún más húmedos, entre estos recuerdos su madre siempre presente usando técnicas, quizás de su abuela, para calentar sus frías manos que trataban de transmitirse a sus descalzos pies.

Empecé con 7 años a trabajar en una escuela de monjas, edificio de internas para hijas de estancieros de la época, un convento muy grande. En esos primeros años, siendo niña, me hice muy amiga de una hermana llamada Paciencia que trabajaba en una escuela de barrio, ella preguntaba quién podía encargarse de buscar el pan para el colegio, en eso yo me ofrecía, fui quedando y al final quedé para el convento, no como interna ni como alumna, sino como empleada, me encargaba de hacer el trabajo de limpieza en general, las escaleras, baños, aulas y habitaciones.

Esto, con 8 años, asistir a una escuela de barrio, trabajar y hacer todo, recuerdo los fríos húmedos en mi infancia, donde se podía jugar y divertirse como cualquier niño de ahora, yo al menos no me enfocaba en eso, yo trabajaba desde mi infancia, no era por obligación, sino por la necesidad de aquel entonces, había que salir adelante como sea.
Cuando no estaba en el colegio de monjas, visitaba a mi madre y ella calentaba piedras, las envolvía en un trapo o un papel y con eso me iba calentando las manos para las bajas temperaturas de mi ciudad, pero totalmente descalza, no teníamos ni para un zapato, una época muy difícil, yo por otro lado me acostumbraba a vivir de esta forma.

Trabajar y nada más

La vecina Andrade cuenta que su interés principal era trabajar para sacar adelante a su familia, padre, madre y hermanos en el viejo Montt, a pesar de la necesidad, ella logró completar al menos dos años de la escuela primaria del barrio.
Mis estudios fueron únicamente esa escuelita de barrio, allá en Puerto Montt, hasta segundo grado donde aprendí a leer, escribir, a sumar, a restar y todo eso. A mí me extraña a veces que mis chicos que van adelantados en los estudios, yo con segundo grado ya había aprendido todo y hoy lo veo distinto. Pasaba más en el convento, me hice amiga de la Madre Superiora, cuando ella hacía viajes por ahí conocía el interior, como por ejemplo Osorno, cuando tenía unos 15 años. Luego al acercarme más a mi grupo familiar, mi tía quiso darme trabajo y me hizo conocer su hogar a unos kilómetros por Lota al norte, al estar allí no pude percibir ayuda de parte de ellos, andaba siempre descalza, pero le trabajaba, le ayudaba en prácticamente todo, no me sentía bien, le envié una carta a mi mamá para que me mandara a buscar, paraba de un lado a otro haciendo los viajes, pero sola siendo muy chica, sacaba los boletos directos, pero había que hacer los cambios. En casa, Puerto Montt, continué con mi labor en una casa de zapatos, en esa fábrica se armaba el zapato desde cero como si fuésemos la cinta de ensamblaje, uno limpiaba, insertaba la plantilla, se pegaba, se corregía y así.

El camino hacia la Patagonia Austral

Para venir a Argentina tuve que pasar primero por Punta Arenas a mis 22 años, yo tenía allí dos hermanas que tenían familia y trabajaban, yo no fui por ellas, sino porque necesitaban un capitán de barco y una empleada para ayudar en ello, un viaje de al menos 6 días.
El haberme ido de casa a otros rumbos fue muy difícil para mí, el separarme de mi madre, llegué a Punta Arenas con otra visión, conseguí por supuesto mis buenos trabajos, mucho tiempo, al menos dos años, y en los días libres como los eran los domingos pedía permiso a mis superiores un rato para poder visitar otros parientes cercanos, dos tías amorosas que me recibían siempre.
Cuando ya pude encontrarme una amiga de la infancia que fue la única que consideré como tal decidimos irnos a trabajar a Argentina, primeramente en estancias, para los años en los que te hablo, el trabajo salía fácil en este rol, llegamos a conseguir trabajo en una de las estancias de la familia Aristizábal de Río Gallegos, luego continué trabajando en muchos ámbitos más, si puedo mencionar algunos de ellos, recuerdo Cine Carreras, Relojería Prada, trabajos varios de limpieza, en calle Sarmiento trabajé para un gerente, el señor Piquilín, ya pasando los años trabajaba de casa en casa haciendo limpieza.

Familia al hombro

En esta parte del relato se cuenta la llegada del amor y la contención a la vida de Mari, que duró eternamente hasta que fueron apareciendo hijos en el medio, al parecer no fue suficiente para ambos, pero su propia voluntad y amor por sus ocho hijos no la detuvieron y salieron adelante como en aquel barco de su puerto hacia la Patagonia.

Los caminos pueden hacer magia, acá en la ciudad de Río Gallegos, conocí a mi marido quien era de Puerto Montt, que lo habré visto de pasada pero nunca hablamos y acá nos terminamos conociendo, casando y formando una familia, un hombre maravilloso que nos unió el no tener a nadie cerca, con él formé una hermosa familia de ocho hijos, de los cuales dos fallecieron ya, tengo nietos, bisnietos y tataranietos, una de ellas viviendo conmigo y su hija.

Mi infancia fue difícil, pero más difícil fue vivir acá en el Sur, al pasar los años, me terminé separando de mi marido, quedé sola a cargo de mis ocho hijos, vivía en una casita en calle Libertad y Darwin, inundaciones, nevadas y fríos insoportables, recuerdo una nevada muy fuerte donde llegó a escarchar fuerte, al deshelarse esa zona, se me inundó entera la casa, yo estaba embarazada de una de mis hijas y teníamos que cruzar una especie de cerro, llegó el intendente de aquel entonces, no recuerdo bien su apellido pero sí que vivía por la calle Zapiola, me visitó él mismo con la policía y me sacaron de allí y viví en un ranchito en esta misma ubicación, calle Hornos al seiscientos, mi hogar. Las lluvias hacían de las suyas y también sufría con inundaciones, por años muy mal.

Años enteros sin gas, lo poco que ganaba limpiando casas, pasaba a comprar la yerba, el pan y el carbón para mis hijos, pasaba a las 06:00 al ferro, a pedir al camión que me lleven carbón, y de luz ni hablemos, no teníamos nada, nos alumbrábamos con la clásica lámpara de kerosene y velas. El servicio del agua que era necesario tampoco teníamos, buscábamos agua a lo del Padre Juan, quien nos invitaba a sacar agua de la iglesia.

Sin embargo, mis hijos iban a la escuela y yo luchaba por donde fuera para darles comida y educación. Trabajé en un mercadito, se fue en quiebra y me fui a trabajar en la Ford, ahí ya fue que me jubilé, ya con mis hijos mucho mejor económicamente, mis cuatro nietos que crecí desde nacimiento, también fueron a la escuela y ellos con sus títulos, algunos trabajando para el Concejo Deliberante. Yo estoy orgullosa porque les pude dar eso que no tuve.

 

Actualidad y sueños por cumplir

Entre la emoción del momento, María secaba sus lágrimas y me contaba cuáles eran sus anhelos, con ganas de ver crecer a su familia y ver los frutos que ella crio con sus manos y su esfuerzo a lo largo de estos años:

Mi nieta mayor es quien vive conmigo con su hija, su madre falleció de un cáncer de huesos, tres años acompañándola con todos los tratamientos pertinentes en Buenos Aires, mi nieta al enterarse de esto a sus ocho años, se quedó desde ese día conmigo y la crie.
Mi sueño actualmente es vivir unos años más para ver crecer a mi nieta, mi bisnieta y mi tataranieta. Soy muy creyente y mi familia siempre está orando por mí y por mi sueño. Me preocupa saber qué va a ser de mi tataranieta al crecer, la quiero mucho, siempre atenta a todos mis movimientos, la pequeña Sol Aylín.

Reflexión de pandemia y futuro

Finalizando el relato, esta vecina, como muchas otras que vivieron realmente la vida con poco y nada, reflexiona acerca de la importancia de valorar el antes y el ahora, querer y cuidar la familia, y entender que otras épocas como las de antes pueden volver en forma de futuro. Hoy enfrentamos pandemia, mañana no sabemos y estas sencillas palabras son las que nos cuenta la vecina María.
Hay que saber cuidar lo que tenemos, en mi infancia éramos seis hermanos en total, mi padre ya jubilado en aquellos años no cobraba casi nada y mi madre para poder comer a las 12:00 hacia una ollada grande de mate cocido y hacía hervir unas cuantas papas para poder comer. Para dormir lo hacíamos en el piso, no teníamos cama, éramos muchos y no se podía pedir mucho.
Hoy los jóvenes no valoran estas cosas, incluso la gente de antes tampoco lo hace, el que se acuerda de su vida de antes, le da vergüenza o le molesta contar sus desdichas.
La juventud es muy dejada, no le interesa nada, su vida son ellos, si tienen, tienen, si no tienen, no tienen. No buscan trabajo y buscan vivir de arriba.