Dar vuelta el objetivo

Las infancias en época de confinamiento

“Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es cansador para los niños tener que darles siempre y siempre explicaciones.” (“El Principito”, A. De Saint-Exúpery).

  • 21/06/2020 • 09:53
Prof. Mariela Serón
Prof. Mariela Serón

Por Prof. Mariela Serón

Hoy quedarse en casa para cuidarnos es una condición necesaria. La pandemia mundial nos cambió la dinámica cotidiana y nos impuso un nuevo orden de vida.

En Argentina, el Decreto Nacional N°297/2020 establece que los niños y las niñas se encuentran incluidos en el aislamiento social, preventivo y obligatorio, no sólo para impedir la circulación del virus y del contagio, sino para evitar los riesgos que ellos o ellas lo contraigan.

Hasta el momento en nuestro país, por ser el grupo etario menos afectado por el Coronavirus, los niños y las niñas están excluidos de las agendas de discusión. Sin embargo, en el continente europeo comenzaron a plantearse incipientes debates que solicitan una respuesta política inmediata.

Frente a esta situación tan excepcional de la pandemia del Coronavirus que afecta a toda la sociedad planetaria, resulta interesante detenernos a pensar en “las infancias” en épocas de confinamiento. Referimos a las infancias en plural, al decir de Sandra Carli, porque “… no es posible hablar de "la" infancia, sino que "las" infancias refieren siempre a tránsitos múltiples, diferentes y cada vez más afectados por la desigualdad” (1).

La naturaleza sin precedentes del momento que estamos atravesando nos interpela. ¿Qué sucede hoy con el bienestar emocional de las infancias? ¿Sienten miedo de lo que oyen o ven en la TV o redes sociales? ¿Qué les sucede con aislamiento? ¿Extrañan la escuela? ¿Todas las infancias tienen las condiciones para aprender en el hogar como lo hacen en la escuela? ¿Cómo atraviesa el contexto actual a las infancias en su carácter de sujetos en constitución?

Obviamente, esas preguntas no se agotan, ni mucho menos representan una lista de temas, porque no es intención de este escrito responder a cada uno de estos interrogantes, pero si buscamos aportar opiniones para pensar juntos o al menos poner de relieve ciertas ideas.

Desde que comenzó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, en las redes sociales circulan artículos que coinciden en que los niños y niñas son un ejemplo. De manera general refieren a una visión única sobre la infancia.

Fundamentan esta posición, la rápida adaptación a la cuarentena, la comprensión sobre lo que está sucediendo, la información que manejan los niños y niñas acerca del Coronavirus. A ello se suman: El disfrute de compartir el confinamiento en la calidez del hogar y por supuesto el entusiasmo manifiesto por aprender on-line.

Otros artículos proporcionan una perspectiva más crítica y advierten que poco se habla de las infancias, en tanto es uno de los colectivos sociales más ignorados e invisibilizados.

Las ideas que exponen, es que no se ha abordado en profundidad la infinidad de emociones que despierta la pandemia del Coronavirus como: La ansiedad, el miedo, la angustia, la tristeza y la apatía. Tampoco se han tratado los efectos del confinamiento, por ejemplo: Niños y niñas que duermen mal, horarios cambiados, rabietas, llanto, sedentarismo, falta de juego al aire libre y aumento de irritabilidad. Sumado a ello, también es cierto que poco se dice sobre cómo es transitar el aislamiento social en contextos de pobreza y violencia, lo cual denota que vivir en confinamiento no es igual para todas las infancias.

El aislamiento social, preventivo y obligatorio transcurre y es posible percibir que los niños y niñas comienzan a extrañar la escuela. Se siente que algo falta, hay una ausencia enorme de ese espacio para aprender, convivir y jugar. Ese lugar donde los niños pueden encontrarse con otros niños, con el adicional que es la única institución capaz de filiar a las infancias, de enlazar a los cachorros humanos con el conocimiento, la cultura, la ciudadanía, los derechos, la justicia e infinidad de experiencias sociales y educativas.

Aquí surge otro punto a tratar, podemos apreciar un sinfín de escritos que devienen del campo educativo, que plantean una especial llamada de atención sobre lo que está sucediendo por estos días con las infancias y la educación mediada por las tecnologías, lógicamente porque la presencialidad hoy es inviable.

Dichas producciones nos develan un trasfondo de exigencia que buscan asegurar una continuidad pedagógica instantánea, como si nada estuviera pasando. Parece ser que la premisa es: No desperdiciar el tiempo y continuar avanzando el año escolar como sea.

Es indudable que para muchas familias resulta complejo seguir el ritmo de trabajo escolar, desde luego también están los padres que no pueden o no quieren pasar el día haciendo deberes. Además, sabemos que después de casi un mes ya es una lucha diaria, en la que terminamos obligando a los niños y niñas, enojándonos con ellos para que hagan las tareas escolares, hasta que nos damos cuenta que en toda esta situación son los más indefensos.

En efecto, el pedido generalizado es que las tareas escolares no sean excesivas y no provoquen agobio a las personas involucradas. Quizás no se trate de aprender temas nuevos como lo hacen en clases con sus docentes, sino de animarlos emocionalmente y nosotros, los adultos, entender que ciertas emociones pueden ser una expresión del malestar.

Por todo esto, además no deberíamos perder de vista que la existencia de la escuela se funda en romper con las desigualdades de origen, lo cierto es, como lo enuncia sabiamente Philippe Meirieu que: “…la «educación en casa» no es, no puede ser la escuela”.

Sin embargo, el imperativo reinante es que las familias deben acompañar las demandas on-line que efectúan los docentes: tareas y actividades, que en cierta medida pueden ayudar a mantener las rutinas escolares. Omitiendo las diversas situaciones económicas y sociales de las familias, que matizan el acceso a los medios materiales y simbólicos. En consecuencia, a pesar que la educación es un derecho, la brecha entre los que pueden y no pueden continuar con las clases on-line lamentablemente se acentúa más.

Para cerrar probablemente es necesario alejarnos de una posición un tanto adultocéntrica y mirar lo que sucede “con ojos de niño”, Francesco Tonucci en una entrevista reciente, nos ofrece una interesante reflexión: “… lo que le toca vivir a las infancias contemporáneas es muy fuerte. Pero podríamos pensar esta situación tan excepcional para que los niños y niñas, tengan sus propios juicios de valor, opinen, vivan la vida porque esto es la vida y empiecen a construir un mundo mejor para vivir”.

Ninguno de nosotros ha pasado por esto antes, no estamos preparados para enfrentar una pandemia mundial y mucho menos sabemos cuándo o cómo va a terminar, entonces de nada sirve pensar en eso ahora. Quizás sea el momento de cambiar el orden de prioridades para cuidar las infancias desde la singularidad del vínculo que se teje entre los adultos y una nueva generación, que tiene la maravillosa y poderosa misión de reinventar el mundo.

 

Prof. Mariela Serón

Docente Investigadora UNPA-UACO

GRUPO SUBJETIVIDAD Y PROCESOS SOCIALES – UASJ

Notas: (1) Carli, Sandra (1999). “La infancia como construcción social”. En: Carli, Sandra (comp.). De la familia a la escuela. Infancia, socialización y subjetividad. Santillana, Buenos Aires