De medio a medio

Por un lenguaje vivito y coleando inclusive

Por Leandro Cabezuelo.

  • 06/09/2020 • 09:55
Lucas Grimson Integrante de la Dirección de Adolescencias y Juventudes del Ministerio de Salud de la Nación
Lucas Grimson Integrante de la Dirección de Adolescencias y Juventudes del Ministerio de Salud de la Nación

‘Toddy’ todavía era un buen chiste; o ya no. Corría mayo de 2016 y en la Audiencia de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, reunida en la Universidad Nacional del Comahue, más de 100 representantes de medios universitarios, educativos, comunitarios y de pueblos originarios de toda la Patagonia buscábamos plantarnos desde la diversidad  y el pluralismo en defensa de  la Ley 26.522, cuyos artículos centrales habían sido volados de un plumazo por el gobierno de Macri, DNU mediante, a poco de asumir.

En ese foro, los primeros expositores y expositoras comenzaron saludando con el ya resistido ‘buenos días a todos y a todas’, un guiño cómplice que permitía, con sólo siete palabras, plantar bandera y postular un mundo. Antes del décimo orador alguien agregó un ‘todes’ a la fórmula. ‘Buenos días a todos, todas y todes”, dijo. Lo que siguió fue que casi la totalidad de los asistentes adoptaron ese saludo novedoso y cálido, raro, que todavía invitaba a la esperanza en medio de una adversidad que luego se haría tan patente. 

Me sentí un Forrest Gump, asistiendo fortuitamente a un momento histórico, pero, a diferencia del personaje encarnado por Tom Hanks, supe inmediatamente que ahí estaba pasando algo serio y así lo hice saber en mi casa, en la oficina, en el club y en todas las reuniones familiares, sociales y laborales que tuve al regresar de Neuquén. “Esto no es joda”, teoricé.

El ‘todos, todas y todes’ se empezó a escuchar cada vez con más fuerza en jornadas y eventos universitarios, con una evolución lógica que lo puso primero en boca de estudiantes, luego en presentaciones de docentes y finalmente en el círculo de las autoridades.

Paralelamente, trascendió las fronteras de las casas de altos estudios y el debate se instaló en toda la sociedad, con grandes resistencias y tensiones.

En 2018 la fortuna me llevó a otro momento importante de la historia: las celebraciones por el Centenario de la Reforma Universitaria, en Córdoba. Ese también fue un ámbito en el que el “todos, todas y todes” se coló en muchas de las conferencias desarrolladas en Ciudad Universitaria y demostró además el carácter regional de la cruzada inclusiva.

En el transcurso de esa semana la Cámara de Diputados de la Nación dio la media sanción al Proyecto de Ley IVE, que parecía coronar la histórica lucha por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Fui a las ocho de la mañana al centro de  Córdoba a cubrir los festejos. Había cientos de personas – sobre todo mujeres e integrantes de movimientos sociales y colectivos LGBTTTIQ- que habían sostenido la vigilia en una noche helada, habían ganado la calle y claramente no se querían ir.

Los cánticos eran ensordecedores y el festejo interminable. Mujeres de todas las edades, madres, hijas y abuelas gritaban, se abrazaban, lloraban. Todo era conmovedor. La prepotencia de las manifestantes metía miedo, pero no por la violencia, sino por la contundencia de sus argumentos, la esperanza, el orgullo. Ahí también estaba pasando algo serio, otra verdad que se contaba con lenguaje inclusivo o inclusive.

Casi todo lo que vino después de aquel 2018 fueron ataques furibundos. Periodistas, intelectuales, políticos, funcionarios y custodios de la lengua en general les cayeron encima con una ferocidad inusitada, desmedida y sobre todo con burlas a cada uno de los chicos y chicas que osó hablar públicamente con lenguaje inclusivo.

Desde Natalia Mira, vicepresidenta del centro de estudiantes del Pellegrini, que habló con “términos llamativos” en la nota con TN cuando tomaban el colegio, reclamando justamente por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito -que aún hoy no es ley- hasta el hermoso “les pibis” de Lucas Grimson, hace pocas semanas, la actitud de los medios y de los periodistas fue policíaca, denigrante, persecutoria, por no mencionar la virulencia en las redes sociales.

Eduardo Feinmann –cuándo no- se enojó con una profesora universitaria que usó lenguaje inclusivo y pidió que la echen; el Dipy se enojó y preguntó si “de verdad nos vamos a bancar esto”; Amalia Granata se indignó y muchísimos más se enojaron cuando el Banco Central difundió su primer informe sobre expectativas del mercado con lenguaje inclusivo, o cuando hicieron algo similar algunos juzgados de Buenos Aires durante esta cuarentena.

Ardió Troya cuando Alberto Fernández le habló a “les chiques”, hace relativamente poco y fue tendencia en las redes y en los medios tradicionales, que volvieron a indignarse. Días después el Presidente reivindicó el uso de la “e” y dijo que "cuando uno dice 'todes' no está haciendo el ridículo”, sino que “le está hablando a algunos a los que nunca les hablaron". Tan claro….

Pero por suerte, para alegría de muchos, hace pocos días llegó Clarín con su nota “No al todes: la Real Academia le puso un freno al lenguaje inclusivo”. Claro, alguien tenía que parar esta locura. La publicación hace referencia a un manual de la RAE en el que se juzga “innecesario” el uso de la “e” en vez de la “o” y sentencia que “no hay que confundir gramática con machismo”. Amén.

Finalizada la discusión entonces, recomiendo a los que están a favor del lenguaje inclusivo, pero mucho más a los que están en contra, ver la maravillosa serie ‘Anne, con una E’, muy popular en Netflix, en la que una niña huérfana de fines del siglo XIX se maravilla con cada cosa del mundo, habla con los animales y las plantas y se regocija con las palabras, pensando todo el tiempo si representan lo que pretenden describir; que no naturaliza nada.

“Y si un beso es algo tan grande ¿Por qué es una palabra tan pequeña? Debería ser larga y difícil de decir. He estado pensando en un mejor nombre, pero nada me emociona”, dice Anne en uno de los capítulos, ante la mirada atónita de sus veteranos padres adoptivos.

No sé mucho de lenguaje inclusivo y no quiero ser un impostor usándolo, porque es una ola a la que ya no me puedo subir. Apenas uso ‘chiques’ con mis hijos; ‘amigues’ en algunos grupos de whatsapp o el ya clásico ‘todes’ y soy un terco defensor cuando lo atacan, cuando se burlan, cuando no entienden que hay un enorme segmento de la sociedad que sabe perfectamente las reglas ortográficas, pero considera que el lenguaje –de comprobada raíz machista- aún no los incluye.

Los padres y las madres de niños o adolescentes y los y las docentes de cualquier nivel deberían comprenderlo fácilmente, apoyarlo, incentivarlo, o al menos intentar respetar este cambio, que de otra manera se los va a llevar puestos.

Nuestro lenguaje es hermoso y aparentemente perfecto, pero no es igual al que se hablaba hace 500 años en España y ni siquiera al que circulaba hace dos siglos en nuestro país. Porque la lengua está viva y se transforma permanentemente con los usos. No se la puede detener o ponerle un ‘freno’, porque la última palabra está en la calle; o en las calles, literalmente.  

El tiempo dirá qué queda y qué no de toda esta revolución alucinante, que implica muchísimo más que usar una letra, por caso la ‘E’ –de empatía-, detrás de la cual se esconde probablemente un futuro mejor.