Naturaleza revivir

En las entrañas de la estepa salvaje de Santa Cruz

Entre terrenos coloridos, senderos que se abren en la estepa y bajan por acantilados inmensos, hasta una variada fauna silvestre que impresiona y desentraña una rica historia de la naturaleza autóctona; todo ello puede encontrarse en el Parque Patagonia, distanciado por kilómetros al norte de Bajo Caracoles y al sur de Perito Moreno. Un paisaje que te sorprende en una caminata por senderos que trazan un recorrido majestuoso, apto para disfrutar y maravillarse al mismo tiempo. TiempoSur tuvo la oportunidad de vivir una aventura en lo profundo de la estepa, recorrer sitios que invitan a retratarse y reencontrarse con una diversidad de flora y fauna en un hábitat primordial para la vida.

  • 11/04/2022 • 06:30
En las entrañas de la estepa salvaje de Santa Cruz
En las entrañas de la estepa salvaje de Santa Cruz

El Parque Patagonia se extiende al noroeste de Santa Cruz, sobre la Meseta Lago Buenos Aires, a 74 kilómetros al norte de Bajo Caracoles y a 56 km al sur de Perito Moreno, en un territorio compartido con el Parque Provincial Cueva de las Manos. Creado en 2014, con la visión de asegurar un gran corredor de conservación entre las cuencas atlánticas y pacíficas, el parque ocupa espectaculares paisajes de estepa, altas mesetas basálticas, grandes lagos, conos volcánicos y valles glaciares que invitan a explorarlo detenidamente.

En Argentina, el Parque cuenta con dos portales de acceso público y gratuito que ofrecen actividades de senderismo y avistaje de fauna, hospedaje y gastronomía.

Hasta ese lugar llegamos el martes pasado, por la tarde y con la nieve a cuestas de una trafic que no sobrepasaba los 90 km/h. (Vale decirlo: velocidad propicia para frenar a tiempo y evitar embestir algún guanaco en la ruta). Tras largas horas de viaje, por la tarde nos esperaban en la posta Los Toldos, un alojamiento ideal para abrigarse del frío ante una estufa a leña, descansar sobre gruesas colchas y degustar una variada comida casera. El que, además, contaba con dos espacios para disfrutar de un asado al aire libre y un observatorio de estrellas, lugar diseñado en forma de espiral para protegerse del viento, ideal para vislumbrar el cielo patagónico. 

La primera tarde y aprovechando la cercanía, retomamos el camino por un par de kilómetros hacia la entrada del Parque, donde se encontraba el acceso por el sendero a Tierra del Colores. A través de un camino sinuoso que bordea la meseta, comenzamos a introducirnos por una grieta que se abre, donde antiguamente pasaba el curso de un río. A medida que nos adentramos comenzamos a reconocer una variada gama de colores que van del ocre al púrpura y el marrón. Subiendo unos metros, el horizonte en su esplendor dejaba ver la inmensidad de ese manto colorido y, más allá, visualizar la meseta del Lago Buenos Aires y el Cerro San Lorenzo.

Descender por el cañadón

Al segundo día, la nieve le dio otro matiz a la aventura por el terruño. Varios centímetros de un manto blanco coparon con su esplendor las largas extensiones del Parque, y solo podía distinguirse algún ave buscando refugio del frío y los copitos que continuaban cayendo de forma continuada. La primera nevada del año no se hacía esperar y garantizaba que el atractivo sería aún mayor para transitar los extensos senderos.  

Esta vez, salimos bien temprano y luego de un desayuno óptimo, emprendimos un acceso por varios kilómetros hacia adentro, en camioneta junto a Marian Labourt (coordinadora de prensa) y Teresa (abogada y encargada de Asuntos Legales). Allí, en el camino, se dejaban ver un grupo de choiques, alimentándose de los pastizales y moviendo sus patas, las que también hacían mover las plumas de su torso, para correr con la cabeza siempre arriba, atentos. Los velocistas de la estepa –como los llaman- conviven con los guanacos, esos que pocas veces se ven solos y migran ante el frío, para cobijarse del clima. El camélido se camufla en la estepa árida entre los pastizales que asemejan su color. Se sienta y alarga su cuello para espiar a quienes lo acechan. Sus orejas altas quizás era uno de esos indicios que nos dejaban verlo a la vera de los caminos vehiculares que llevan a los senderos. Esta vez y antes de la hora llegamos a la Bajada de Los Toldos. Entre grandes paredones rocosos que rodean al Cañadón del río Pinturas, un camino de peldaños bien distribuidos en cajones permite contener las piedras y avanzar paso a paso para rodear la inmensidad de la roca. Entre verdes y blancos se deja ver el fondo de sauces exóticos, que cubre el paso del río Pinturas. Siguiendo una línea en bajada, atravesamos árboles ennegrecidos, que asemejan a aquellos que han sido maniatados por el fuego pero que, sin embargo, deben su color a un hongo. Un aspecto sombrío, diferente al verde de sus hojas en la altura. Un puente metálico permite cruzar el río y hacer el último ascenso (el más agotador), hacia la escalera que vincula con el otro gran paredón de rocas que complementa al Cañadón: La Cueva de las Manos.              

Un breve recorrido por el Parque Provincial nos permite reconocer su importancia para la conservación patrimonial, siendo que en la piedra se pueden advertir diferentes pinturas rupestres milenarias que, con figuras abstractas, representan la caza de la fauna por parte de los nativos del lugar. Un patrimonio cultural de la humanidad con 9 mil años de historia.

Entre balcones y estrellas

El tercer día nos llevó a retomar ese camino de tierra que derivó en la Bajada de Los Toldos pero, en esta ocasión, paramos metros antes, esta vez la visita sería al Sendero Balcones. Como su nombre lo dice, grandes balcones de piedra son los protagonistas de este sector donde existe una vista privilegiada del Cañadón Pinturas (No apto para vertiginosos). Aunque pararnos allí, también nos permitió observar el vuelo de cóndores, el llamado “vigía de los Andes”. Su color, entre negro y blanco para los adultos, permite reconocerlos en su trayectoria por los inmensos paredones donde hacen sus nidos. Sobrevuelan varias veces por ese lugar, hasta encontrar esa grieta que les permite posar y descansar. Esas gigantescas aves también forman parte del proyecto Rewilding, para su cuidado y defensa ante su matanza y persecución durante largos años hasta la actualidad.

Luego de presenciar este espectáculo que ofrece la naturaleza silvestre, volvimos por la huella y antes de arribar a La Posta, pasamos frente al predio donde se construye el primer Planetario de Santa Cruz, una obra que permitirá descubrir las estrellas, los astros y la conformación de nuestra Vía Láctea. Una estructura que va teniendo forma y esperan poder inaugurarla a fines de este año.

Una última parada nos permite conocer el acampe La Señalada, un camping ubicado en medio del valle estepario, entre morrenas, cañadones y el icónico cerro Chato, a la vera del camino que conduce hacia el Cañadón Pinturas. El lugar cuenta con un fogón construido con piedras de la zona, mesas, lugares de asiento y baños. Además, restauraron un antiguo puesto donde en temporada funciona una proveeduría de productos locales y en los alrededores seis plataformas de madera permiten a los visitantes un sector para el armado de sus carpas.

Antes de retornar por un viaje de 10 horas a Río Gallegos –y encontrarnos con la espesa neblina que cubrió la ciudad el jueves en la medianoche-, nos permitimos tomar el último respiro de este lugar maravilloso, por su flora y fauna, pero también por quienes se muestran comprometidos y convencidos que el camino para revertir la crisis climática es en comunidad, con respeto por el hábitat y la meta fija en producir naturaleza como motor de desarrollo sustentable.