Coronavirus

Crónica de una noche de fiestas clandestinas

Así actúan los irresponsables que ponen en peligro a la sociedad.

  • 26/04/2021 • 11:30
Es recurrente la labor de la policía para frenar las fiestas ilegales.
Es recurrente la labor de la policía para frenar las fiestas ilegales.

Arranque y desenvolvimiento

Todo empieza en la semana. La excusa casi siempre es un cumpleaños. Un aniversario. Quizá una despedida. Abundan las razones cuando se quiere sacar los pies del plato. Lunes ya se cuecen los primeros mensajes de WhatsApp bajo un secretismo que roza el ocultismo. No cualquiera se entera, no son fechas abiertas, se necesita confiar en que para el universo de los inconscientes el invitado no termine siendo un buchón. Buscan compromiso con la pérdida del entendimiento.

¿La Pandemia? Dato menor.

¿Temor al contagio? No hay por dónde.

¿Probabilidades de fracaso de la reunión? Una de cada cinco se ve intervenida, en la mayoría de los casos por grescas propias de los asistentes a altas horas de la madrugada y con el efluvio alcohólico fermentado. Las menos por la llegada de presencia policial por la denuncia de vecinos ante lo atronador de la música, que así y todo se ve reducida acompañada por la atenuación de luces al llegar el personal que tiene por obligación hacer acatar la ley.

Grupos de amigos, compañeros de trabajo, ex concurrentes al mismo colegio y al mismo curso dan forma al paisaje de las fiestas clandestinas a las cuales hay que empezar a llamar ilegales, ya que violan legislación vigente.

Ya miércoles queda confirmada la locación de la cual desarrollaremos características líneas abajo, si el lector tiene paciencia y se queda en el envío.

A pesar de un padrón contrastado como seguro, en la tarde noche de los jueves suele ampliarse un poco más; algún amigo que baja del laburo, algún “viejo” angurriento con ganas de mover el esqueleto después de un asadito, alguna amiga a la cual se la convence de poblar los abarrotados salones improvisados en casa de familia para darle color a la velada. Sobre el viernes se tiene todo armado, con logística incluida.

 

Fechas de cobro

Los primeros diez días de cada mes son neurálgicos. La administración pública, los comercios y empresas abonan pertinentemente salarios en dicho tramo temporal. No es que las fiestas ilegales sean exclusivas de los comienzos de cada mes, pero allí, en aquella franja, se registran las de mayor abundancia de alcohol y drogas, en virtud de que los consumidores están “dulces” y con capacidad de fuego, tradúzcase gasto, de mucho más alcance que sobre el agotador (y más con estos índices de inflación) y tan temido fin de mes.

 

Territorio expandido

El centro se ha vuelto territorio vedado para las fiestas ilegales. Más allá de la polémica generada por el absoluto descontrol en bares con respecto a las medidas de salubridad, de las cuales hay numerosos testimonios fílmicos. El centro y ría son complejos, mucha luz, mucho habitante por metro cuadrado, mucha Comisaría próxima, demasiada circulación como para evitar las pruebas de un aglomeramiento.

Los ojos viran a la inmensa periferia de la ciudad en donde hay menos iluminación, más espacio, alejado de los focos y distanciado humanamente del ruido neurálgico. Hacia allí se trasladan los inconscientes, para poder burlar toda la legislación vigente y darse de bruces contra el sentido común, a partir de una cuasi tranquilidad que se ve desnudada como reiteramos ante el propio implosionamiento del festejo.

¿Cuál es la prueba de que se realizan numerosos encuentros festivos en el apéndice galleguense? El tránsito por autovía los sábados y domingos a la madrugada. La cantidad de desvelados y borrachos desayunando en las estaciones de servicio sobre la misma franja. Las peleas con arma blanca que también se multiplican entre las cinco y siete de la mañana, cuando amanece y el virus sigue su trabajo de contagio entre los empujones y peleas varias.

 

Tipología del alimento (escaso) y la bebida (regada)

En tiempos de inflación, de un 4,8 mensual de promedio, acentuada de forma exponencial en los alimentos, ha bajado radicalmente el consumo de los mismos en las juntadas. No faltan las bandejas de papas, maní y aceitunas, pero la carne seleccionada habitualmente en los asados empieza a brillar por su ausencia debido al precio y se la reemplaza con más alcohol, debido a que el fermento todavía tiene precios accesibles en esta zona del sur del país.

Reuniones con poco humo de asado. Salen a la pasada las hamburguesas. La cerveza es la vedette más los jugos de fruta combinados con bebida blanca. La música, trap, cumbia y reggaetón por estandarte. Equipos de sonido caseros en casas, equipos propios de establecimientos de fiestas en salones. El pedido claro se repite en todas las jornadas de descontrol, no subir fotos en la momentaneidad del encuentro para no “avivar a la yuta” ni a los “denunciadores”. Se pide obviar las redes sociales, o de última, demorar una semana la publicación. Se averigua con anterioridad la identidad de los vecinos de la calle para poder prever con tiempo la llamada a las autoridades que deschave el cónclave.

 

Higiene cero

Al ser adaptados los domicilios particulares, se rebalsa cualquier previsión sanitaria de habitantes por metros cuadrado.

Si el elegido es algún salón de fiestas que se abre sigiloso entre gallos y medianoche por afuera totalmente de los controles, hay un poco más de distanciamiento por las medidas de los locales.

Lo que sí, a la hora del baile, y más a altas horas, el contacto humano es estrechísimo. Con un solo contagiado, así sea asintomático, se pone en riesgo a los 50 o 60 que no portan síntomas que multiplican exponencialmente el riesgo al volver a sus respectivos hogares y compartir la vida.

Fotos circulantes muestran personas bebiendo de la misma botella cortada y adaptada con líquido aperitivo de las sierras cordobesas más famosa mundialmente gaseosa cola, escena increíble luego de más de un año de Pandemia y la clara advertencia del contagio compartiendo saliva en un virus impredecible y que a cada ser humano le pega diferente.

Los menores pueden alegar juventud e inexperiencia y sobre ellos hay que seguir insistiendo en la conciencia. Los mayores no tienen excusa, y no pueden esgrimir el paraguas de la ignorancia. No vale después de un año con casi 700 muertes en nuestra provincia.

El costo por participar, en las que no requieren precio de entrada, es entre 500 y 700 pesos como mínimo en el gasto.

 

Cero secretismo y activación

En cualquier parte del mundo, este planeta que ha sufrido la profunda transformación desde una libertad que jamás valoramos a esta nueva normalidad que nos cuesta horrores entender, es un escándalo y un peligroso atisbo legal andar publicitando deliverys de madrugada de alcohol y cigarrillos. En Uruguay se lo castiga con dos años de prisión.

En Río Gallegos muchos habitantes tienen conocidos que estampan los fines de semana estados de mensajería invitando a la activación del servicio a domicilio de lo que se necesite para armar una fiesta ilegal (puchos, vodka, etc)

¿A quiénes proveen estos comercios disfrazados a esas horas de la madrugada con la circulación prohibida y los eventos sociales enmarcados bajo el mismo decreto? ¿Por qué no tienen ningún tipo de consecuencia en medio de una situación pandémica desesperante? La mayoría de las fiestas acumulan alcohol durante la semana en las conocidas promociones de los gigantes supermercados del rubro, pero sobre las altas horas necesitan reforzarse y ahí se dan los llamados a estos famosos servicios puerta a puerta.

 

Consecuencias

Legales son muy pocas. Sanitarias, las peores. Un ambiente descontrolado, sin barbijos, ni protocolos ni distanciamiento, es el caldo de cultivo esencial, el sueño de la porquería de virus llamado COVID-19. Nadie en estos mítines piensa por un segundo en la ocupación de las camas UTI del hospital más cercano, ni en el desgaste del personal de Salud atormentado desde hace más de un año en una interminable pesadilla de trabajo cruel y continuado.

No hay allí empatía por el trabajo del otro, ni solidaridad con la comunidad, ni tampoco consciencia del riesgo de la propia existencia ni la del ser querido.

A multiplicar los controles. A crear más conciencia. A no bajar la guardia. Es allí, y no en otra parte, en esa brutal falta de respeto y coherencia para con la sociedad de estos inconscientes, es donde se pierde la batalla.