SIETE PECADOS CAPITALES

GULA

Susana y el abuso de anfetaminas para adelgazar que casi le cuesta la vida. Su diagnóstico, la operación. El país obeso. Magnificar la comida y mostrar en las redes sociales cómo y cuánto como.

  • 10/11/2018 • 11:52

*Por José Antonio Villanueva

(Con la colaboración de Leonardo Troncoso)

Era la década de los ‘80. Música disco  combinado con el resurgimiento del rock nacional. Los boliches eran  necesariamente el lugar de encuentro (casi obvio luego de la dictadura) y Susana tomaba anfetaminas para adelgazar. Dos pastillas por día permitían adelgazar 6 kilos por mes. Las anfetaminas sacan el hambre y el cansancio. Lo hizo durante años. Tomó un atajo, estaba enferma y no lo sabía o no lo aceptaba. Susana  Barrera, comerciante de Las Heras, periodista de oficio, padece obesidad mórbida.

“En esa época las anfetaminas las daban como hoy el Ibuprofeno. Tomé mucho porque nunca me acepté visualmente como gorda. No es lo que elegí para mejorar la vida, sino  que los gordos nos mentimos”, contó.

Toda acción tiene su reacción. “Imaginate como sufría el corazón, el cuerpo. Me alteró los ciclos menstruales. Me controlaba de forma química, y eso no sirve, porque cuando cortás las  anfetaminas, se te cae el pelo, sos adicto, estás enfermo del corazón, de los ovarios, del estómago y como si fuera poco, el efecto rebote es multiplicado por tres en tu organismo. Tuve que dejarla por la hipertensión”.

Susana pesó 60 kilos. Por la obesidad mórbida tocó casi los 140 kilos. Puede  ser por ansiedad, depresión, factores genéticos, el medioambiente. Todo suma para padecer obesidad. Sus hijos la heredaron. “Soy hija de un catamarqueño y una sanjuanina. Culturalmente ser gordo  cuando era chica era ser sano. Me crié en un entorno en el que habían otros parámetros”.

En ese contexto, las reuniones sociales  “pasaban alrededor de la comida”. “La familia de gordos se juntan para comer, a diferencia de otra gente que se junta para otras cosas. Las familias de obsesos tenemos factores en común: Vida sedentaria. El gordo encima se automedica con diuréticos y anfetaminas”, advirtió.

El “gordo es bueno o bonachón”, es decir, se acostumbra a ese rol porque “es una forma de disimular lo que padece”. ”El gordo es objeto de burla en un asado”, acotó.

A los 31 años Susana quedó embarazada de su primer hijo. Dejó todo (incluido el cigarrillo). Pero le trajo problemas como era esperado. “Tuve la dura charla con el médico, que me dijo que la anfetamina te mata”.

“Quedé embarazada con 62 kilos y parí a mi hija con 92 kilos. Tomé conciencia”, sostuvo. Pero el camino de la recuperación iba a ser largo. “Hay gente que se droga con sustancias prohibidas, nosotros nos drogamos con comida”, confesó.

Tuvo recaídas. El conflicto petrolero del 2008/9 con cortes de ruta -que alcanzaron los 52 días consecutivos- afectó a todos los comercios de Las Heras que dependían (ahora también) de la actividad petrolera. “Yo era una pequeña comerciante, tenía un restaurant y rotisería. Me fui quedando sin trabajo”.

Encima Susana era presidenta de la Cámara de Comercio con un marido y ya dos hijos. Por cuestiones de la política y un enfrentamiento con el poder comunal, le clausuraron sus negocios. Como un avión sin motor cayó a pique, y las máscaras de oxígeno no se desplegaron.

Por la noche, se metía en el local y comía a veces una pizza entera y una botella de cerveza. Durante la madrugada se daba “atracones”. Cayó dos veces al hospital por hipertensión. Un día tuvo un preinfarto.

“Susana tenés 19 de presión y tenés 136 kilos, tenés que decidir qué vas hacer con tu vida”, le dijo el médico. Fue derivada a Comodoro Rivadavia.

En 2010 comenzó su rehabilitación en un centro para el tratamiento de trastornos alimenticios que pagó de su bolsillo, hasta que le diagnosticaron obesidad mórbida (de allí en más por la Ley de Obesidad que se aprobó en 2008, se hizo cargo su obra social).

“Había que hacerse cargo. Podía morirme a los 45 o 50 años. Comía 3500 a 3800 calorías por día”, señaló. Sí o sí, debía hacer dieta.

Se peleó con el médico porque “uno le echa la culpa a todos menos a uno”. Llegó a los 136 kilos, pero necesitaba lograr los 116 kilos para ser operada de un bypass gástrico en la Fundación Favaloro. Tardó casi 9 meses. Ya era el 2012. “El bypass es una herramienta, no la solución definitiva y solo se hace una sola vez”, aclaró. (El procedimiento del bypass es reducir el estómago mediante un engrampado que secciona el estomago. Deja una pequeña parte -350cc en su caso- de casi 1500cc que tenía de estomago antes de la operación).

“El mismo día que debían operarme no logré los 116 kilos, me dieron agua”. Luego de dos horas abandonó el quirófano. Siguió con terapia para “salir de nuevo al mundo”.

“Mi estómago soportaba 1,8 litros, hoy tengo un estomago de 350 cc”, detalló.

Susana lleva a los asados su ensalada o pollo hervido. Como una vianda. “El entorno te pregunta qué hago, y hasta me he peleado con parientes, pero lo que no entienden es que es la salud de uno”.  Sigue siendo obesa. “Me mantengo en recuperación. Soy una obesa en estado de sobriedad”.

“Cuando escuches que un gordo diga ´estoy feliz como estoy´ o que dice ´como porque puedo´, esa persona se está engañando o mintiendo deliberadamente. Yo lo dije alguna vez. Vengo del fondo”. Todos los días, Susana mira desde arriba ese precipicio.

(Susana, en 2011, un año antes de operarse en la Fundación Favaloro)

La sociedad que enferma

Las patologías alimentarias, exceptuando anorexia y bulimia, las padecen los adultos. “La patología más importante son la anorexia y bulimia, porque son mortales. Y en las otras, si bien puede haber mortalidad, el adulto ya aprendió a sobrevivir, entonces son patologías que afectan a la vida social, a la autoestima, por ejemplo, la vigorexia (trastorno del comportamiento que se caracteriza por la obsesión de conseguir un cuerpo musculoso) o la ortorexia (síntomas compatibles con el trastorno obsesivo-compulsivo y tienen una preocupación exagerada con los patrones de alimentación saludable)”, indicó la Dra. Mabel Bello, Médica Psiquiatra y fundadora de ALUBA (Asociación de Lucha contra la Bulimia y Anorexia).

La especialista precisó que el 40% es genético en cuanto a las patologías alimentarias. “Se nace con una predisposición. Uno tiene una vulnerabilidad o no la tiene, en la misma situación de estrés, uno hace un infarto y otro una patología alimentaria”, explicó.

Pero señaló que el 60% restante “es social”. “Es de dos maneras: Primero la sociedad es la que enferma, la que induce a las personas a adelgazar, y que magnifica los efectos del cuerpo delgado levando al creencia que es la única manera  de ser feliz”, expresó.

Opinó que “el frío y el aislamiento  pueden incidir”, pero que también lo hará “la falta de comunicación”, un factor muy importante. “Siempre la patología tiene que ver con la comunicación social. Si uno se comunica hábilmente podrá superar  cualquier conflicto asociándose con otros,  pero si tiene problemas con la comunicación, se encerrará en sí mismo y muchas veces la descarga será la comida, la droga, el alcohol, todas conductas de escape al problema por la incapacidad de encontrar la solución”, detalló.

 

-La costumbre social de una comunidad de  comer y tomar mucho, ¿tiene impacto?

Los países en donde existe mucho frío, generalmente tienen mayor ingesta de bebidas alcohólicas, como los países del norte de Europa. Otra cosa, es que hay más aislamiento, menor comunicación, todas esas cosas reemplazan a una buena comunicación social.

 

-Mostrar siempre por redes sociales lo que como, ¿incide?

Esa es la importancia que le da la gente a la comida. Es un indicio de que no hay buena comunicación social si uno magnifica la comida. Cuando no hay comunicación,  pasa eso, como tomar alcohol conjunto  como lo hacen los chicos, es una pauta social.

 

-Las redes sociales supuestamente son para comunicarse…

Sí, pero es una comunicación virtual. Es como decir que estoy comunicado porque miro televisión. Las redes sociales lo que hacen es mandarte soluciones falsas, pero no es lo mismo que el contacto humano.

 

-Es muy difícil salir de eso, si es social  y un círculo vicioso.

Si hay conciencia de la enfermedad, no es difícil. Lo que hay que preestablecer, son los vínculos de manera sana. Es un adulto, no un chico que hay que llevarlo al médico.

La Dra. destacó que, por ejemplo, en un país del norte de Sudamérica, está aceptado que los hombres de clase social alta ingieran mucho alcohol y llevar al chofer para luego “los arrastres de vuelta”. 

 

CÓMO EMPEZÓ TODO (una breve historia de  gula)

Días soleados, con buena temperatura, por más que haya viento, es sinónimo –para muchos-, o excusa, para tomar alcohol.

Una cerveza para “pasar el calor” es el fundamento que encuentran muchos adolescentes. Entre ellos, me incluyo. Yo también lo usaba y lo uso.

Hace no más de dos años, comencé a tomar en plena tarde. Una especie de merienda alcohólica, un viernes. Panza vacía de comida, llena de líquido. Llegó la noche y, junto con amigos, seguíamos bebiendo. Se improvisó una cena para no “quebrar”.

Pasaron las horas y pasaban las botellas de cerveza; al igual que los vasos de fernet. Ya la visión se me distorsionaba y de cinco palabras tres de ellas eran balbuceo. Ya estábamos listos para salir al boliche a tomar “algo”. Y allí se “cortó” la luz. ¡Noo! En el local nocturno no, en mi mente.

Mi noche terminó prácticamente al llegar al boliche. No recuerdo nada de la madrugada. Algo de la tarde-noche.

A la salida, mis amigos, me llevaron a mi casa. Abrí la heladera y busqué algo para comer. No había mucho. Puse agua a hervir. Fui a la alacena, escogí fideos y los deposité en el agua. Eran solo diez minutos los que había que esperar para que estén listos. Solo dos minutos me habrán bastado para quedarme dormido.

Mientras dormía plácidamente, me desperté. Veía una nube. Los fideos hirvieron varias horas, el agua rebalsó y se apagó media hornalla. Un mazacote negro adentro del jarro. El ambiente impregnado de olor a quemado y algo de gas. Dolor de cabeza por mil y descompostura, que me llevó a estar varias horas abrazado al balde.

Fue un comportamiento destructivo. Yo estaba destruyendo mi cuerpo; y por poco, casi destruyó mi vida. Le eché la culpa a esa olla en la hornalla... Después recordé cómo había empezado todo.

 

La Argentina obesa

Según la Organización Mundial de la Salud, la tasa de obesidad en la Argentina es la más alta de América Latina ya que comprende al 27 por ciento de la población, la que en un 60 por ciento presenta índices de sobrepeso.

De esta forma, la Argentina se encuentra en la actualidad junto a Canadá y Estados Unidos entre los países con mayor tasa de sobrepeso en la región.

La obesidad trae aparejada una gran cantidad de patologías provocadas por una mala alimentación y el sedentarismo.

Una persona que tiene sobrepeso consume más calorías de las que su cuerpo necesita, y por ende acumula esa energía que se transforma en kilos de más.

Pero no se trata solamente de una cuestión estética, el sobrepeso y la obesidad tienen como consecuencia posibles complicaciones de salud como; diabetes, hipertensión, dislipidemia, insuficiencias cardíacas, infartos, acv, problemas óseos, articulares, apnea de sueño, fatiga, problemas hepáticos y renales.

Según el informe de la FAO titulado "Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina y el Caribe", la prevalencia de obesidad en hombres adultos pasó del 12,5 por ciento en 1980 al 26,7 por ciento de los últimos años. Y en cuanto a las mujeres, subió de 15,1 por ciento a 30 por ciento. Es decir, se duplicó, tanto en uno como otro género.

Los especialistas advierten que en los últimos 40 años se dio un cambio de paradigma tanto en la alimentación como en hábitos. Hoy en día se come mal y la gente se mueve menos, con resultados a la vista.

De hecho, el sobrepeso y la obesidad infantil es otro problema en la Argentina. "Respecto al sobrepeso infantil —dice el informe de la FAO—, este afecta al 7 por ciento de los niños menores de cinco años en América Latina y el Caribe, cifra superior al promedio mundial. La preocupación, en este caso, radica en el aumento de los riesgos de enfermedades y otras complicaciones de salud y psicosociales en la niñez y adolescencia", agrega el estudio y recuerda que un niño con sobrepeso tiene más probabilidad, en la adultez, de desarrollar enfermedades cardiovasculares, diabetes y varios tipos de cáncer.