Alrededor del lago Fagnano

Navegó solo y en kayak por 220 kilómetros

En tres días logró arribar al límite con Chile, pero a la vuelta, las condiciones climáticas extremas se complicaron y demoró nueve días en completar su periplo.

  • 20/08/2019 • 09:39

A cinco años de haber recorrido el lago Fagnano en kayak con amigos, Martín Dunezat redobló el reto y se animó a enfrentar el impredecible ánimo del lago en pleno invierno y en la más absoluta soledad. Días atrás, el navegante se aventuró al agua, confiando en su capacidad deportiva y sin haber dejado margen para la improvisación.
El deportista comenzó su travesía partiendo del camping Hain en la cabecera del Lago el lunes 29 de julio a las 8:00. Navegó por todo el lado norte hasta el límite con Chile y regresó por el lado sur, volviendo a tocar playa en el camping Hain el viernes 9 de agosto a las 10:30.
Pero la aventura comenzó tres años antes en su mente, como un sueño, hasta que se convirtió en un proyecto que requirió logística, material técnico, permisos, equipamiento y una preparación mental y física para conocer los límites propios. “Son cosas que hay que tener claras porque si no, serías un temerario que piensa que sólo es remar y tener buena fe y las cosas no suceden así” afirma Martín Dunezat a El Sureño.
“Lo primero que hice fue comprarme un teléfono satelital, y conseguir diferentes equipos, muchos de los cuales los pude conseguir prestados. En cuanto a la preparación física, fueron tres meses. Comencé bajando la calefacción de la casa, terminé duchándome con agua fría todos los días. Eso, aparte del entrenamiento fuera del gimnasio, con nieve, con lluvia. Uno se prepara para un deporte en el que nada lo puede detener. Los últimos 20 días salía a entrenar 16 kilómetros por día sin parar no tenía sábados y domingos”.
En cuanto a la decisión de hacer la travesía en solitario, Dunezat sostiene que “cuando la soledad es por elección, es muy expansiva, porque uno se genera el tiempo para poder reflexionar y para poder solucionar todo lo que ocurra solo y para poder manejar las situaciones sin echarle la culpa a nadie. Te hacés responsable de tus propias decisiones”.
Antes de partir, crearon un grupo de chat con sus hijos, amigos y algunos colaboradores. “Yo le pasaba a mi hija cuando me subía y cuando me bajaba; le informaba mi posición y mi hija la compartía en el grupo para mantener a todos informados. Estaban todos muy preocupados porque a la vuelta me castigó mucho el clima y se hizo más largo de lo que esperaba”.

Camino a la aventura
“Los primeros 95 kilómetros los hice en tres días. El cuarto día estuve en los dos hitos, me tomé mi tiempo para estar ahí. Cruzar el lago fue un día con mucho temporal de viento en donde están los hitos 23 y 24 (norte y sur) el lago se angosta y se forma como un cañadón donde el viento atraviesa con muchísima fuerza. Y es muy difícil salir de ahí cuando está la condición climática desfavorable. Asique tuve que cruzar el lago en esa condición, que es un corte que tiene unos tres kilómetros y medio aproximadamente, y tuve que navegar 2,5 kilómetros más que me metí del lado chileno hasta 15 metros de la isla chilena que se encuentra más adentro del lado chileno”.
“Ahí recién pude virar para el lado del hito, buscando el lado argentino. Me debe haber llevado unas 3 horas y media en la cual no pude parar porque las condiciones climáticas eran extremas. Las olas me golpeaban a cada segundo y uno tiene que llevar un ritmo mayor al de las olas, porque si no, el lago te arrastra para cualquier lugar. Esa fue una navegación muy técnica, muy de superviviencia, al límite de los esfuerzos. Hay que controlar la mente porque en ese momento uno se imagina los noticieros informando que hubo un ahogado en kayak cruzando el lago. La cabeza es muy traicionera y son momentos en que hay que poner el corazón para salir adelante. La mente tiene que quedar en el freezer y confiar en los años de remo que uno tiene encima y en hacer lo que uno sabe”.

Regreso complicado
“Hasta ese día, esa fue la navegación más difícil. Después quedé acampando un día porque las condiciones climáticas seguían igual. Una noche, cerca de las 20:00 se apagó el ventilador del lago y a las 21:30 entré al agua para irme hasta Bahía Torito donde hay una tirada de 20 Km. Hay cortes donde uno queda a 3,5 km de cada orilla. Bordearlo todo, lleva el doble de tiempo, entonces uno aprovecha esa calma pasajera. En el medio del lago se empezó a levantar viento nuevamente con olas. Atrás del viento, se cerró el lago y se puso a neviscar. Prendía la linterna de cabeza y no se podía ver absolutamente nada. Y cuando la apagaba, veía siluetas de montañas hasta que la tormenta se cerró por completo y sólo veía la pantallita de GPS para poder guiarme”.
“En medio del lago, casi me choco con una piedra y la pude esquivar. Luego, encontré otra y la esquivé igual. Con mucha voluntad seguí remando sin parar y ya cerca de la zona de Los Renos me agarró un remolino que se forma en la entrada de la bahía, y yo no podía ver para qué lado estaba remando salvo lo que me indicaba el GPS. No tenía ninguna referencia visual. Escuchaba los ladridos de un perro y por ahí me doy vuelta y veo una casa que está ahí, en Los Renos, que es un lodge nuevo que han hecho y el perro me vio como a 500 o 600 metros y me ladraba a mí”.
“En algún momento pensé en acercarme a ese lugar porque uno viaja con un traje seco, pero el agua te va mojando, especialmente cuando nieva, llueve… Ese tipo de navegación estresa mucho pero seguí remando igual. Al rato, otra correntada me desvió de la trayectoria que yo quería llevar. Sin darme cuenta, estuve como 4 o 5 minutos remando en sentido contrario y empecé a escuchar ruido de oleaje en un lugar donde para mí no había costa porque creía que estaba en el medio del lago. Me dejé llevar por las olas, llegué a la costa y pensé que estaba en un islote perdido. Amplié el GPS y comprobé que estaba en una isla que está enfrente de la bahía de Los Renos y que me había desviado de mi curso casi un kilómetro, remando en dirección contraria”.
A la 1:30, Dunezat se acomodó de vuelta, volvió a orientarse, poniendo bien la coordenada, buscó una referencia con respecto al viento y al oleaje y volvió a la navegación con el curso establecido.
“Después de eso, habré llegado a Bahía Torito a lo del Vasco Echeverría a eso de las 2 y media o 3 de la mañana. Por suerte ahí estaba su hijo Gabriel. Son unos tipazos. Ellos me acompañaron por radio durante toda la navegación. Como no le avisé que había salido para no asustarlo, no tuve otro remedio que despertarlo. El se levantó, me ayudó a cambiarme porque yo estaba medio entumecido. Me pegué una ducha y me recuperé. Pero esa fue una navegación peor que la del lago”.
Allí permaneció un día entero esperando que cambien las condiciones del clima. “Salí al día siguiente como a las 4 de la tarde con el clima calmo, pero a las 17:00 otra vez se pone el ventilador con todo en el lago. Me agarró un escarceo muy bravo. La ola no está definida, el agua sale de abajo hacia arriba es lo peor que hay para navegar. Vos ponés la pala donde crees que hay agua y te sale un agujero de aire”.
Ante esta situación, sólo pudo avanzar siete kilómetros y tuvo que armar campamento entre medio de dos laderas en una playita. “Al otro día retomé navegación a las 6:00 y puede llegar a laguna Palacios. Ahí, pude continuar el viaje, con navegación complicada también porque la hice de noche con poco viento. Pero la condición climática en el lago cambia cada 15 minutos. Cambia el sentido del viento, la dirección, es muy complejo. Por eso no hay mucha navegación en el lago”.
“Salí de laguna Palacios, llegué hasta Prefectura, donde también me venían haciendo el aguante porque yo les pasaba los partes de salida y entrada al agua. Dormí una noche ahí y al otro día, salí a la madrugada y como a las 10:30 volví a tocar cabecera en el Hain donde me esperaba Roberto Berbel que nos hace el apoyo cuando salimos, cuando llegamos, nos cuida los vehículos”.

“La aventura me mantiene vivo”
Además de la ayuda invalorable de Roberto Berbel en Tolhuin, Martín Dunezat destacó la predisposición de Jesús y Laura, que viven en laguna Palacios y le brindaron asistencia y hospedaje y de Gabriel Echeverría, en bahía Torito que fue de gran apoyo. “Son de hierro. Ellos se emocionan muchísimo con esto, acompañan, saben lo que significa. Ellos ven que te bajás entumecido y están a disposición para ayudar. Recién ahora estoy recuperando la sensibilidad en los dedos. Uno sabe que las cosas son así y si no sos capaz de soportarlas, no podés encarar una aventura de estas. Se sabe que se puede congelar algún dedo o los pies, que vas a tener frío casi todo el viaje”.
En cuanto a la enseñanza que le dejó esta nueva aventura, el deportista afirma que “vivir una experiencia directa con la fuerza de la naturaleza, te provoca humildad porque no somos nada al lado de esas olas y la fuerza del viento y del mar, donde solamente es uno el que se tiene que acomodar a la condición. Y en función a los límites, te obliga a tomar decisiones”.
“También es un camino interior. La soledad, el esfuerzo, el hecho de estar solo con uno mismo, tenés tiempo para poder reflexionar sobre todas las situaciones de tu vida, sobre tu condición, sobre qué querés mejorar, cuál es tu próxima aventura. En mi caso personal, las vivencias de la aventura es algo superlativo que me mantiene vivo, que me genera motivaciones. Me da fuerzas para todo lo que hago laboral y personalmente con mi vida, mis hijos, y todo lo que uno quiera desarrollar”.

Fuente: El Sureño.