Conociendo la provincia

Un asalto sangriento y un asesino que cayó por su propia ambición

Gustavo Lajus asaltó el banco de la localidad de Puerto Santa Cruz. Tiempo después de su detención, escapó de la Unidad 15 de Río Gallegos. Una historia violenta que marcó a la Policía de la Provincia.

  • 18/09/2021 • 10:30
El hecho ocurrió en el año 1935.
El hecho ocurrió en el año 1935.

“Donald Sutherland, 27 años. Leal hasta la muerte”, reza la tumba de una de las dos víctimas del brutal asalto ocurrido en Puerto Santa Cruz el 22 de abril de 1935. El hombre de apellido inglés se encuentra enterrado cerca de Thomas Veitch Henderson, su asistente, quien también perdió la vida en aquella jornada trágica que marcaría a fuego la historia policial de la provincia. Se trata de uno de los casos más resonantes de los albores del distrito, digno de una película del viejo oeste o al menos de una novela policíaca. Todo comenzó cuando Emilio Lajús empezó a idear el golpe a la sucursal bancaria. La localidad de Puerto Santa Cruz –capital histórica del distrito- llevaba una vida tranquila, con sus habitantes dedicados a la pesca y a la administración. Los diarios nacionales informaban ese domingo de cotidianeidad que habían fallecido dos pilotos en Buenos Aires y que Alemania había rechazado la resolución aprobada por la Liga en Ginebra. En tanto, en Italia se alzaban protestas contra Mussolini. En tanto en la localidad de Puerto Santa Cruz la vida continuaba con el ritmo que lleva una localidad de poco más de mil personas. Pero durante las primeras horas de esa jornada, un hombre se paseaba inquieto. Su nombre era Emilio Gustavo Lajus. Sabía que iba a cometer un hecho de policial que podía desencadenar un crimen. El plan - según él- era simple: Entrar, sacar el dinero y escapar de allí. Una vez contara con el botín en mano, pensaba él, podría darse la vida que tanto estaba esperando: Lo primero que se compraría sería un auto.

La jornada avanzó tranquila y a medida que iba cayendo la noche (en otoño el sol se oculta temprano), iba llegando la hora de dar el atraco. Paralelamente y a varios kilómetros de allí, el Comisario Eduardo Victoriano Taret toma un vaso de agua sin imaginar lo que estaba a punto de suceder.

 

La noche roja

Al acercarse la noche, Lajus tomó una rodaja de pan y comió a las apuradas, teniendo sabido que de salir las cosas mal, podría ser la última. Avanzada la medianoche cubrió su rostro de manera rudimentaria y, junto a su cómplice, se dirigió al edificio ubicado en la calle San Juan Bosco, donde se encontraba la casa del gerente y el edificio principal del banco Anglo-sudamericano. Lajus, junto a su pareja de crimen, llegó al lugar portando un revolver con balas .45. Sabía que en ambas casas (una al lado de la otra) se encontraban los gerentes y directivos del banco, quienes tenían las llaves necesarias para tomar el botín y escapar. En caso de tener que utilizar una fuerza letal, estaban dispuestos a hacerlo. Nada se podía interponer entre ellos y el plan de escape con las bolsas de pesos. Entrada la noche, golpearon la puerta de los edificios y se encontraron con Sutherland (el contador) y Henderson (su asistente), quienes opusieron feroz pelea y demostraron la lealtad para evitar aquel robo. Lajus y su cómplice corrían con ventaja al contar con el arma de fuego, golpeando con ella en la cabeza a ambos y haciéndoles perder la conciencia. Luego, a sangre fría, les gatillaron. Los cuerpos quedaron tendidos uno en el suelo y otro sobre una cama.

Ya con las manos manchadas de sangre y con el olor a pólvora todavía en el ambiente, se dispusieron a buscar las llaves del banco. El portal del crimen ya se había cruzado y ahora solo faltaba alcanzar el tesoro. Al lado del banco se encontraba la casa del director Alberto Mac Quibban, quien se encontraba dormitando junto a su esposa, María Teresa Quijano. Ambos fueron golpeados por Lajus, quedando inconscientes.

Los asaltantes, luego de dos asesinatos y dos víctimas con heridas graves, huyeron del lugar con $225,000.

 

Al enterarse de tan sangriento y violento crimen, Eduardo Taret apagó el cigarrillo y supo que tenía que viajar a la localidad. Tomó un vuelo a través de la línea AeroPostal (que estaba haciendo sus primeros recorridos por la Patagonia) y aterrizó en la capital histórica. Al llegar se encontró con un pueblo donde todos se conocían y se miraban de reojo. Todos eran sospechosos. Pero el verdadero asesino ya se encontraba a más de tres mil kilómetros. Durante tres meses Taret investigó, entrevistó y se reunió con vecinos del lugar. Ninguno parecía saber qué había pasado o quién había tenido el atrevimiento de perturbar la acogedora paz de Puerto Santa Cruz. No había ninguna pista allí ni ningún indicio del asesino y ladrón enmascarado. ¿Dónde estaban?

 

Durante cinco meses, Lajus estuvo cometiendo un error tras otro. No se imaginaba que alguien le seguía la pista y veía cómo gastaba su dinero de manera sospechosa. Se había dado una vida de lujos, comidas, hoteles y cosas impagables para alguien que había llegado a Buenos Aires desde una localidad portuaria. Lajus era bien visto en Puerto Santa Cruz. Su buen porte y su rostro lo hacían, en aquella época, quedar fuera de toda sospecha.

Fue, según reportaron los medios de comunicación, la compra de un vehículo Playmouth, el último lujo, que lo puso como el principal sospechoso de ser el atracador del banco Anglo-sudamericano en el sur del país. Para ese entonces, ya se había ordenado un seguimiento de sus cuentas y sus gastos.

Poco pudo disfrutar de aquel vehículo negro que sería el último en darle un viaje en libertad. Para el 16 de octubre de ese año y tras cinco meses de una vida llena de lujos, fue arrestado y llevado a Río Gallegos para ser interrogado. En la última jornada ingresó a la sala donde se encontraba detenido el comisario Taret, portando su arma reglamentaria, idéntica con la que Lajus les había quitado la vida a los banqueros.

Bastaron tres días para que confesara todo e incriminara a su cómplice: Su sobrino, Alberto Fernández, de apenas 15 años.

 

El encierro

Luego de confesar, Lajus fue trasladado a Río Gallegos y encerrado en la Unidad Penitenciaria. Vivía sus días entre rejas, recordando aquellos momentos que había sido libre. Sí, una libertad conseguida con sangre y que había costado dos vidas, pero él la añoraba de igual manera. Y sabía que si no quería terminar su vida allí, tenía que hacer algo.

El 13 de agosto de 1936 y en medio de un recreo de los reos, Lajus tomó la carabina de uno de los guardiacárcel y comenzó la operación escape. Saltó un muro perimetral de dos metros y sorteó el hilo del alambrado, fugándose por el cementerio local (en ese entonces cercano al frigorífico Swift). El guardia Carlos Boisselier lo persigue y dispara una vez. Falla. Dispara otra vez. Vuelve a fallar. Recibe un disparo en el corazón. Lajus le había dado.

Pero, en ese mismo momento, otro de los guardias había atinado a darle en una de sus piernas, por lo que cayó tendido al suelo. Volver a la cárcel no era una opción y ya estaba a punto de caer rendido. La vista se le nublaba y miraba al cielo de Río Gallegos por última vez. No iba a volver a la cárcel.

La decisión estaba tomada.

Tomó su arma, apoyó el cañón en su mentón y como pudo disparó. Pensó en su viejo auto negro por última vez.

Al tiempo el banco cerró su sucursal. “Leales hasta la muerte”, reza la tumba.

La parte frontal del ingreso.

 

La cárcel

La Unidad 15 está ubicada en la capital de la provincia de Santa Cruz, la manzana 243 de la ciudad de Río Gallegos, que es delimitada por las calles Don Bosco, Chaco, Misiones y la Avenida Presidente Julio Argentino Roca.

No existen datos certeros sobre esta cárcel y tampoco registros de que el establecimiento haya contado con otro nombre. Sí que fue habilitada entre 1902 y 1904 en el lugar que acababa de dejar el Regimiento de Infantería de Línea y que su primer director, Leopoldo Palacios, fue designado por el Poder Ejecutivo Nacional el 19 de febrero de 1904 bajo dependencia del Jefe de Policía del Territorio Nacional de Santa Cruz.

Su edificación fue una de las pioneras de la ciudad de Río Gallegos, conformada por dos pequeños pabellones de madera y cinc. En 1929 –un cuarto de siglo después– se construyó el primer pabellón de material donde se alojó a los internos de los dos pabellones existentes hasta entonces.

Las instalaciones desocupadas pasaron a ser talleres que funcionaron en forma precaria hasta que en 1934 se los reemplazó por otros de material.


 

La historia de Puerto Santa Cruz

 

Nacimiento de Puerto Santa Cruz.

 

El río Santa Cruz es un puerto natural y por tal motivo fue visitado por muchas expediciones a lo largo de la historia.

Debe su nombre a Rodríguez Serrano, integrante de la expedición de Magallanes y capitán de la nave Santiago, quien al descubrirlo el 3 de mayo de 1520 tomó la decisión de bautizarlo en conmemoración de la Invención de la Santa Cruz, fiesta religiosa que se correspondía con el santoral del día.

Hacia fines de 1878, desembarcó la expedición del Comodoro Luis Py, a cargo de una pequeña división de la Armada Argentina, que tenía por objeto sostener los derechos de nuestro país en el extremo sur continental, en momentos de disputa con Chile. Esta acción es considerada la primera operación argentina de una división naval de mar, lo que motivó que el 1º de diciembre fuera instituido como Día de la Flota de Mar Argentina y como fecha fundacional de Puerto Santa Cruz al enarbolarse la bandera nacional.

Poco a poco se fue consolidando el asentamiento poblacional, en virtud de las ventajas oficiales ofrecidas para trabajar la tierra y promover la colonización de la región. Los interesados recibirían una legua de tierra, 500 ovejas, algunas vacas, una casilla y elementos para la labranza del suelo, facilidades que luego deberían ser devueltas por los pobladores en un plazo de cinco años y a cuya finalización recibían la propiedad definitiva de la tierra.

De esta forma, fue creciendo paulatinamente la segunda ciudad más antigua de la provincia de Santa Cruz, después de Comandante Luis Piedra Buena.

La zona se convirtió también en centro de interés científico y en 1832 la nave británica Beagle, comandada por el capitán Fitz Roy, trajo al naturalista Charles Darwin para realizar sus estudios sobre el mundo natural y sus especies.

Las tumbas donde yacen las víctimas.

 

 

 “Buscan por tierra y aire a los criminales”.