Coronavirus

Pandemia, médicos, enfermos y terapias controvertidas

Frente a determinadas cuestiones debatidas en esta situación de pandemia, que ha generado para Argentina el raro privilegio de tener la más larga y continuada del mundo, es muy importante que se tenga en cuenta que en el tratamiento en sí de los infectados y afectados, que necesitan tratamiento médico –gracias a Dios muchísimos de los infectados cursan la afección sin síntomas graves– debe conocerse qué normas guían la conducta de los médicos en relación a sus pacientes.

  • 25/10/2020 • 10:35
Darío Carlos Mosso
Darío Carlos Mosso

Por Darío Carlos Mosso

Normas tan antiguas como las que enseñara Hipócrates y generara el casi olvidado juramento, que hubo un caso no hace demasiado en tiempo en que un ministro de otra gestión nacional dijo no acordarse si lo había prestado. Pues bien, la norma ética fundamental, aparte de toda convicción religiosa o política o partidaria, es que el médico debe hacer lo posible por tratar de curar a su paciente, sino puede curarlo definitivamente mejorar su situación, y en todo caso tratar de que no muera. Frente a esa obligación cesa todo sometimiento a normas o incluyo leyes que dañen, por acción u omisión al enfermo bajo su responsabilidad. En la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial, del año 1964, que fue varias veces ampliada pero que en lo esencial rige se expresa “En el tratamiento de una persona enferma, el médico debe tener la libertad de utilizar un nuevo procedimiento diagnostico o terapéutico, si a juicio del mismo ofrece una seria esperanza de salvar la vida, restablecer la salud o aliviar el sufrimiento”. Por otra parte, las normas de la misma entidad, actualizadas, indican que “puede ser éticamente lícito ofrecer a determinados pacientes tratamientos experimentales de emergencia al margen de ensayos clínicos, a condición de que no exista un tratamiento de eficacia comprobada, no sea posible iniciar de inmediato estudios clínicos, el paciente o su representante legal aporten su consentimiento informado…”. Sabemos que toda investigación científica es larga, requiere ensayo, exposición y refutación. Y que la Organización Mundial de la Salud como todo ente burocrático y a escala mundial, tiene demoras y deficiencias, además de controversias en internas.

En tanto, en diversos lugares, medios distintos, no todos aprobados por los países o la misma OMS, han curado o mejorado el estado de salud y salvaron la vida a pacientes del COVID19. Esto sucedió primero con el plasma convaleciente, también con el cóctel de drogas que se usó para tratar al presidente de EEUU, y con el Ibuprofeno inhalado. Las curaciones han sido HECHOS. Las trabas iniciales a cada uno de esos métodos –y otros que puedan aparecer- son debates. En tanto, el enfermo sufre y puede morir y el médico tiene la obligación de tratar de evitarlo. El médico es un soldado en el frente de la vida, él corre el riesgo del contagio, es un guerrero en la trinchera, al lado de quien sufre, se ahoga, no puede respirar, no está en una cómoda oficina de Ginebra o de París, o sentado en la banca de algún parlamente del mundo. Su juramento y su vocación hacen que deba usar el medio que cree conveniente y tiene a mano.

Es así que hoy estas discusiones entre diversos niveles de autoridades, entre provincias que aprueban o que niegan un método, lo único imperioso es dejar que los egos superen a los derechos del paciente. Es repugnante debatir delante de una persona que se está ahogando, discutiendo si la norma de Jujuy se puede aplicar a Tierra del Fuego o viceversa.  No soy médico, soy un simple vecino, un ciudadano. Tan susceptible a la enfermedad como cualquier otro humano. Solo dejo un mensaje: pongamos la compasión por encima de las jerarquías y las opiniones.