40 años de democracia 

La historia de un hijo de militantes políticos desaparecidos

Un miércoles 24 de marzo de 1976 Argentina entraba, sin saberlo, en un declive democrático del cual le costaría recuperarse. El poder era tomado a la fuerza bajo una dictadura cívico militar que de ahí en más sería encabezada por el gobierno de facto del genocida Jorge Rafael Videla (1976-1981), Roberto Eduardo Viola (1981-1982), Leopoldo Fortunato Galtieri (1982) y Reynaldo Antonio Benito Bignone (1982-1983). Aquel derroche de sangre y derechos -que decidieron denominar “Proceso de Reorganización Nacional”- daba paso a una de las épocas más oscuras del país.

  • 24/03/2023 • 07:00

La paz de la madrugada de aquel 24 de marzo se vio interrumpida por la voz del dictador Jorge Rafael Videla durante una cadena nacional: "Se comunica a la población que a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas…” comenzó su discurso. En los años que duró la dictadura -desde 1976 hasta 1983- miles de personas fueron desaparecidas, se perpetraron cientos de secuestros, privaciones de la libertad, torturas, apropiación de recién nacidos y hubo miles de exiliados.

Uno de los miles de desaparecidos fueron los padres de Andrés LaBlunda, actual director de la Casa de Santa Cruz, quien contó a TiempoSur su historia, la de sus padres y cómo vive hoy, a 40 años del retorno ininterrumpido de la democracia, su vida como hijo de desaparecido: “Mis padres, Mabel Lucía Fontana y Pedro LaBlunda -ambos militantes de la Juventud Peronista en los años ‘70- fueron secuestrados y posteriormente desaparecidos en San Fernando, provincia de Buenos Aires. Allí, ellos tenían aproximadamente 30 años y yo tenía 3 meses y nos encontrábamos juntos la noche del mes de abril del año 1977 cuando entraron las fuerzas armadas violentamente, rompiendo todo el departamento, contó..

“Desde ese día no los vi nunca más a ellos dos. Después, me dejaron -los militares o mis padres- en el departamento de enfrente adonde vivíamos y la familia que me recibe es la que posteriormente me adopta”, agregó.

Andrés cuenta que vivió gran parte de su vida sin saber que era hijo de desaparecidos. Sin embargo, una corazonada le hacía sentir que ese no era su lugar, su familia ni sus padres: “Yo me entero a los 20 años aproximadamente, por lo que viví 20 años con otra identidad y, si bien las abuelas me localizan en el año 1984 -fue uno de los primeros nietos restituidos- como tenía 7 años de edad no me dicen nada y la familia que me adoptó y la biológica que me encontró hicieron una especie de pacto. Estamos hablando de otro contexto del país, ya que hoy el tema de las adopciones y el derecho a la identidad son derechos fundamentales y arraigados, pero en ese momento la cuestión de la identidad era una cuestión secundaria. Así pasó el tiempo y no me enteré por mi familia de crianza, fue por una prima biológica mía que me visita y me cuenta”, explicó.

“Cuando me entero no dudo en ningún momento de que era verdad, porque yo internamente sabía que no era hijo de esa familia por lo actitudinal, los rasgos físicos, el modo de ser. Sentía que no era pero tampoco me lo cuestionaba, como que aceptaba la situación y así transcurría mi vida. Fue un proceso muy fuerte cuando me entero dos cosas: por un lado, que yo no era hijo de esa familia y que era adoptado y que además de ser adoptado mis verdaderos padres estaban desaparecidos por la dictadura militar. Yo tenía vagos conocimientos de lo que había pasado, pero tanto no sabía ", expresó el Director de la Casa de Santa Cruz.

Durante y tras lo sucedido, Andrés -que en ese entonces llevaba el nombre que había sido elegido por su familia de expropiación, Mauro Cabral- era hostigado constantemente cuando las personas se enteraban que era hijo de desaparecidos: “Estábamos a fines de los años ‘90, reinaba la impunidad, estaban los genocidas sueltos y en el discurso público no estaba instalado, más allá de la lucha de los organismos familiares, madres, abuelas, etc. Es más, cuando me entero me llamaban “hijo de subversivo” y después esto fue cambiando con el avance de las políticas y pasé a ser “hijo de desaparecido”, luego “hijo de terrorista” y ya con Néstor empieza a modificarse el discurso social y ahora era “hijo de militantes políticos desaparecidos” y cada vez era más leve el tema y, finalmente, fui “nieto restituido” lo cual la gente aplaudía”, rememoró.

“Apenas me entero me puse a reconstruir mi historia y yo tenía otro nombre, que era Mauro Cabral en ese momento. Lo conservé durante toda mi juventud y parte de mi adultez. Me llevó tiempo recuperar mi verdadero nombre. Si bien yo sabía que me llamaba Andrés, tomar la decisión de asumirse legalmente Andrés llevó un tiempo. Cuando me entero, a principios del año 2000, empiezo a visitar a mi familia biológica y se fue armando un rompecabezas que se sigue armando hasta hoy”, añadió el nieto restituido número 18.

Andrés LaBlunda considera que, a lo largo de la dictadura militar y cuando se secuestraban personas, se vulneró más de un derecho. Ya que al poseer un familiar desaparecido no sólo se vulneran los derechos de sus hijos, sino de todos sus descendientes: “Se está doblemente vulnerando el derecho, porque se vulnera el del hijo de desaparecidos y el de su nieto del desaparecido. Se dice que falta recuperar 300 nietos de abuelas, pero son más de 300 porque están sus hijos también”, expresó.

Al ser consultado por este medio sobre cómo fue el proceso de volverse un nieto recuperado, LaBlunda explica que quien comenzó su búsqueda fue su “familia paterna. Por distintos motivos, ellos llegan al lugar en donde fue el secuestro y de ahí empiezan a hacer otras averiguaciones. Mi familia pide ayuda a las Abuelas de Plaza de Mayo, acceden a un expediente y ahí me encuentran. La mía fue una expropiación legalizada, porque intervino una jueza en mi adopción”.

“Contacto a una abuela, Negrita Segarra, y fue muy fuerte porque hasta ese momento yo era Mauro Cabral. La llamo y le digo “Hola negrita, cómo estás? Yo soy Mauro Cabral” y del otro lado sale y me dice: “¿Qué hacés Andrés, cómo estás?”. Se me pone la piel de gallina. Ese fue el primer “sopapo”, cuenta Andrés sobre lo que fue el proceso de su búsqueda de identidad.

El volver a readaptarse a su “nuevo nombre” no fue nada fácil, explica: “Lo hice durante un acto público, en el cual inclusive estuvo Alicia Kirchner. Subí a un escenario siendo Mauro Cabral y bajé siendo Andrés LaBlunda, fue algo muy fuerte y un momento bisagra de mi vida y ni hablar para las personas que conocía”, rememoró.

Para finalizar, Andrés cuenta cómo ve la democracia a cuarenta años de su restitución ininterrumpida y tras formar parte de todo lo que conllevó la dictadura, a lo que expresó que, actualmente, “la veo con preocupación, siento que hay logros que siempre están en disputa. Que estemos a 40 años de la democracia y haya habido un intento de magnicidio hacia la Vicepresidenta de la Nación y que el propio autor haya dicho que la quiso matar y no lo hizo porque no pudo, es como que estamos en problemas. Esto, sumado a la proscripción -contra Cristina Fernández de Kirchner- para ejercer cargos públicos y los presos políticos. Hay un cercenamiento de la democracia hoy. Me genera mucha preocupación ya que 8 de cada 10 genocidas no están en celda común y van reduciéndoles la pena en dos por goteo. Hay muchas batallas que tenemos que ir dándolas para ir fortaleciendo la democracia”, concluyó.