Dar vuelta el objetivo

La pandemia (en) Argentina: apuntes para pensarla

Por Larry Andrade. 

  • 09/08/2020 • 09:58
Larry Andrade
Larry Andrade

Luego de más de 100 días de cuarentena, la cotidianeidad transformada desde que se estableció el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) en la sociedad argentina, queda más que nunca a la vista el contexto de desigualdad y asimetrías sociales en el que transcurría la vida cotidiana. Sin embargo, la norma no fue ni es optativa, hay quienes se adaptan mejor, muchos la sufren más; unos tienen mejores condiciones y posibilidades para afrontarla que otros. El decreto que establece el aislamiento instala dos temas simultáneos: la exigencia de sumisión a la norma y las condiciones en que el mismo se concreta.

Se requiere de la máxima disciplina social, porque somos sujetos sujetados a la misma trama, nos guste o no, lo queramos o no. Requerimos una fuerte solidaridad no sólo discursiva sino en la práctica, en lo material, en el día a día, para llevar lo que necesite al que le haga falta, porque lo que hagamos/no hagamos allí afuera, en esa realidad que parece extrañarse/alejarse de nosotros, afecta nuestro estar hoy acá, adentro. Y si allí hay necesidades sin satisfacer, de un modo u otro se procura resolverlas.

Y esta exigencia de obligatoriedad puso al descubierto, simultáneamente, ese otro problema (pandémico) argentino: el de la aceptación de la norma, con el agravante de que el ASPO iguala desde lo prescriptivo abstracto situaciones concretas de desigualdad. En un contexto de fuerte pobreza con carencias en todos los planos y precarias condiciones de vida para millones, aplicar la norma sin considerarlas supone una doble marginación: la primera, existe de hecho por vivir en esas condiciones materiales y simbólicas y la segunda se da si se hace caso omiso a estas condiciones de existencia y se obliga a permanecer allí cuando no se puede asegurar alimentación, salud, etc. El Estado (en sus diferentes niveles de gestión) está presente, procurando afrontar este enorme desafío, y debe ser reconocido. Sin embargo, se palpa el agobio y la desesperación de profesionales independientes, comerciantes y empleados, etc.

Debemos mirar desde adentro, desde nuestra intimidad y pensar cada adentro, el de los otros: todas son intimidades pero no todas son iguales. Debemos aprovechar esta oportunidad de intentar mirar la realidad como algo externo, ajeno para verla con, al menos, un esfuerzo de objetividad para darnos cuenta de varias cuestiones: de lo importante que somos para esa vida colectiva; de cómo podemos aportar para cambiar aquello que afecta a millones, de reconocer que muchos están en los lugares que están no por elección sino porque no han tenido oportunidad de moverse y que en mucho de lo que puedan hacer para mejorar de ahora en más nosotros podemos ayudar, abriendo espacios y otorgando oportunidades.

La cotidianeidad ha sido trastocada y, para todos/as, resulta necesario construir/reconstruir ese contrato básico de convivencia que se apoya sobre algunos “dado por supuesto” que hacen la vida social previsible y no sólo en esa pequeña porción del mundo social que hoy habitamos forzadamente. A esos “dado por supuesto” tenemos ahora la posibilidad de racionalizarlos -al menos en parte-, de pensarlos con generosidad y ampliar los márgenes de tolerancia. Las ciencias sociales han mostrado hace décadas, siglos, la importancia de las rutinas para la estructuración de algunas seguridades básicas en la interacción y la vida cotidiana. Sin embargo, algunas de esas rutinas dan como resultado ignorar, excluir, dejar de lado. Hoy podemos analizarlas, pensarlas y procurar modificar las prácticas que se organizan a partir de ellas, para llevarlas a una modalidad que considere la diversidad en todos los ámbitos y establecer un vínculo con el otro que procure relacionarnos como iguales más allá de las diferencias socialmente estructuradas, incluso racionalizar esas estructuras para terminar comprendiendo que no son naturales, que son sociales.

Frente a la norma caben dos actitudes: aceptación/no aceptación y esto trae (o debiera traer) consigo sanciones. La falta de este funcionamiento en la mayoría de las instituciones tiene mucho que ver con cómo nos manejamos hoy frente a la institucionalidad vigente, debemos derrumbar el imaginario de que hagas o no hagas no pasa nada, da igual. Resulta necesario romper el aislamiento del “nadie me dice qué hacer”, porque en estas actitudes está en juego el bien de todos, lo colectivo (y esto no desde ahora sino desde hace décadas). No aceptar la normativa vigente en una sociedad democrática supone sanciones y esto falla desde hace mucho tiempo en nuestro país.

Ni sumisos ni transgresores per se, requerimos habitar una ciudadanía reflexiva, que sepa manejarse con las normas. Hoy, buena parte de los “transgresores” no desafían una dictadura, no huyen de un campo de concentración: se oponen a una norma que no les gusta y lo publican en las redes: no es útil, parecen más bien productos de una sociedad o de sectores dentro de ella que no encuentran sentido en la vida que llevan: unos por necesidad y carencia de bienestar, otros por exceso de confort y comodidad. Este debe ser uno de los puntos sobre los que podríamos reflexionar para pensar cuál es el cambio necesario y cómo llevarlo adelante. Tal vez este punto de inflexión que genera la pandemia sea una oportunidad para comenzar ese proceso de reflexión.

 

Dr. Larry Andrade

Profesor Investigador UNPA-CONICET