Columna de opinión

De aquellas batallas perdidas, estos presentes

Por Rubén Zárate. 

  • 22/05/2022 • 10:21
Rubén Zarate es Profesor Titular e Investigador I del Instituto de Trabajo, Economía y Territorio de la UNPA.
Rubén Zarate es Profesor Titular e Investigador I del Instituto de Trabajo, Economía y Territorio de la UNPA.

Cada vez más señales marcan el agotamiento del sistema político emergente en 2003. En cada coalición surgen contradicciones que sus dirigentes debaten a cielo abierto y, sin cauces orgánicos para procesarlas exponen ante la sociedad cicatrices y diferencias que se profundizan de forma irreversible. Las consecuencias sobre las dos grandes coaliciones son asimétricas, pero todo indica que ninguna va a poder evitar enfrentar su propia refundación o reorganización de cara al 2023.

 

Disonancias cognitivas

Estas tensiones intensificadas por las que se producen en la base material de la sociedad, provocan en el sistema político peligrosos instantes de disonancia cognitiva que abren brechas por la que asoman las sombras de pasados que se creían superados.

La tesis de los cultores de la ancha avenida del medio como antítesis eficaz de la grieta murió violentamente a manos de una nueva fuerza de derecha con capacidad electoral, enunciada como un novísimo anarco capitalismo pero construida sobre los legados más oscuros del conservadurismo autoritario argentino; un agujero negro nutrido en la antipolítica que define un  escenario electoral dividido en tres partes similares.

Hay poco espacio para posicionamientos de poder justificados en disidencias menores. Las condiciones de borde de un capitalismo de baja institucionalidad cada vez más injusto y altamente condicionado por factores exógenos, aún sin considerar los acuerdos con el FMI y otros acreedores, debilita el conjunto del sistema, no solo la fuerza gobernante.

El impacto del cambio tecnológico en la economía y las instituciones, por profundidad, extensión y proyección, ya no permite nostalgias para diseñar políticas públicas que construyan una ciudadanía social con derechos consolidados acorde a las nuevas exigencias del Siglo XXI. Seguir disociando la interrelación entre estas nuevas respuestas con la solidez del sistema político es negar aprendizajes fundamentales de la historia argentina reciente. 

No hay que olvidar que las dos grandes coaliciones que expresaron políticamente a la mayoría absoluta de la ciudadanía del país fueron producto de la crisis económica y social del 2001. Tampoco que la heterodoxia forjada por el kirchnerismo desde 2003 creó y agotó una batería de instrumentos de gobierno que al no actualizarse y adecuarse a las nuevas subjetividades, alimentaron su oposición.

Tampoco que la fuerza neoliberal construida por el macrismo como reacción a los gobiernos nacionales de 2003 a 2015 desarrolló sus propios enfoques e instrumentos de gobierno que entraron en crisis rápidamente cuando fueron aplicados entre 2015-2019 llevando al colapso financiero su modelo acumulación económica y distribución regresiva.

 

La grieta y las debilidades

La “grieta” se constituyó en una categoría analítica binaria y maniquea, basada en una frontera insalvable, dibujada por el odio, el prejuicio y el fanatismo contra el gobierno de entonces. Instalada por los analistas del poder establecido, destinada al público consumidor de los grandes medios, cumplió la función de evitar que se volvieran a generar alianzas como la expresada en la fórmula “Cristina, Cobos y vos”, que involucró con gran éxito inicial las expresiones más progresistas, democráticas y transformadoras de los partidos históricos y otras nuevas creadas a su calor.  

La eficacia de la grieta que antecedió estos nuevos fanatismos fue lograr subordinar la Unión Cívica Radical a la estrategia del PRO, provocando un retroceso en el modelo de desarrollo iniciado en 2003 por la obturación de largo plazo de las iniciativas de los sectores sociales más débiles y de ingresos fijos para profundizar el proceso distributivo al sacar del debate los derechos de exportación y otras iniciativas sobre la estructura fiscal.

La debilidad política estructural para desenganchar el mercado interno del mercado mundial no se va a resolver con los mismos discursos (épicos o moderados) que nos llevaron a esta situación y menos aún removerán las rigideces estructurales para lograr que los beneficios del crecimiento económico puedan distribuirse con más rapidez.

Va a ser necesario lograr nuevos acuerdos transversales que permitan romper las barreras de la intolerancia y pongan en el centro de las decisiones políticas de Estado que garanticen un modelo de acceso ampliado a los bienes básicos, la definición de bienes públicos y una batería de instrumentos de gobierno que garanticen la movilidad social por varias generaciones.

No hacerlo consolidará la imagen de casta y debilitará la representatividad social, el sistema político y la democracia.  Pero no es una tarea sencilla, recuperar autonomía para la política requiere también asumir que fueron los mismos grupos concentrados que se beneficiaron con las devaluaciones de 2002 los que primero concertaron políticas, luego se constituyeron en plataforma política del programa neoliberal y ahora apuestan por una impugnación generalizada del sistema político, horadando las bases aún persistentes del Estado benefactor.