Historia

Antes una inmigrante y hoy en su tierra

La historia de una “chilota” quien como tantos otros chilenos emigraron desde su país al sur de la Argentina. Una persona que se valió de valentía para dejar su hogar y formar el propio a miles de kilómetros de distancia. 

  • 04/09/2020 • 08:12

Marina Soto llegó a Río Gallegos los últimos días de enero de 1975. Tenía 23 años y era la décima de 14 hermanos. Había viajado desde su hogar en Puerto Montt hasta Punta Arenas para terminar sus estudios secundarios e iba a hospedarse donde una hermana, pero debió cambiar de planes. Su hermana en Punta Arenas debió trasladarse con su marido a Iquique. No tenía donde quedarse, así que otra de sus hermanas que vivía en Río Gallegos decidió ir a buscarla. 

Salieron a las nueve de la mañana y llegaron a las seis de la tarde a la capital santacruceña. En ese momento, Marina solo pensaba venir a pasear, encontrar un trabajo temporario que la ayude a juntar plata para regresar en unos meses a Puerto Montt.

Recuerda que “Gallegos eran dos o tres calles asfaltadas: Roca, Zapiola y Pasteur, pero solo un tramo”. En cambio, por esos tiempos “Punta Arenas era grande y Puerto Montt ya era más grande que Punta Arenas”, señala.

Aquí conoció a una hermana que solo la conoció a ella de bebé. Hacía 24 años que vivía en Río Gallegos y tenía hijos argentinos. “No venía a quedarme, venía a conocer y a ver un tiempo”, vuelve a recordar Marina, quien se fue quedando hasta interesarse en conseguir un trabajo como empleada doméstica y a dejar de extrañar Puerto Montt.

“No te buscaban por estudios porque mis estudios no valían acá”, advierte y da cuenta que fue obteniendo mejores trabajos, como aquel en una empresa de limpieza que le permitió trabajar en las instalaciones de YPF (en calle Lisandro de la Torre). “Tuve posibilidades de trabajar en YPF pero conocí a mi marido y él prefería que no trabaje, así que me dediqué a ser ama de casa”.

Él trabajaba en Casa Méndez por esos tiempos, trabajó en Gallegos Hogar y en el Hipertehuelche.

“Alquilábamos en calle Pasteur y vinimos en el ´81 a vivir al barrio Belgrano, a partir de un terreno alquilado a la Municipalidad”, cuenta. Armaron su casa con dos piecitas y un baño afuera. No tenían agua ni calefacción. Dependían del carbón que buscaban a cuatro cuadras de allí, y el agua a una cuadra. “La luz cada tanto si no la cortaba un viento”, advierte, siendo que “acá era todo viento”, más se sentían durante “septiembre, octubre y febrero que había vientos muy fuertes”.

 “Los inviernos empezaban a mediados de abril, cuando empezaba a escarchar y nevar, hasta los primeros días de septiembre”, relata a la vez que recrea con su mirada como veía, por encima de la laguna, entrar los barcos al puerto de YCF desde la ventana de su hogar.

La pareja tuvo tres hijos. Marina recuerda que una vez tuvieron que huir con sus hijos a la casa de una de su hermana (quien la trajo de Punta Arenas). Fue una mañana que empezó tranquila, pero con la tormenta por la tarde noche, comenzó un viento de más de 120 kilómetros por hora.  

Las piedras golpeaban la casa de chapa y el viento se movía como olas en las paredes”, rememora al señalar que pensaba que cuando volvieran no iban a tener más la vivienda. Pero aguantó.   

Tiempo después, con hijos adolescentes, Marina volvió a trabajar como empleada, fue telefonista del CINAD y luego pasó a trabajar en los consultorios de calle Juan B. Justo durante 13 años. Se jubiló hace pocos años y una muerte repentina se llevó a su pareja. Ella sigue firme aquí, en la casa que construyeron juntos.    

Conocí medio Gallegos y gente muy buena”, comenta y muestra una gratitud inmensa para con la gente que conoció en el sur de la Argentina. “Hay buenas personas que te demuestran que lo hacen  de corazón y con honestidad por su trabajo”. Con sus hijos, hoy con sus nietos: “mis amores”, Marina dice sentirse una riogalleguense más. Una identidad que forjó su pertenencia con este lugar y, sin dejar sus costumbres, le permitió formar un hogar en una tierra que hace mucho tiempo es suya.

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