Educación y empleo en la juventud

Jóvenes mujeres trabajan en mayor proporción en sectores más “feminizados”

El Instituto Nacional de las Mujeres dio a conocer las estadísticas de género en situación sociolaboral. El mismo expone las características demográficas de la juventud, el acceso, permanencia y completitud del sistema educativo formal, el mercado de trabajo e inactividad y la caracterización de las/os jóvenes ocupadas/os.

  • 31/08/2019 • 12:32

Tomando como base los datos de la Encuesta Permanente Hogares del tercer trimestre de 2018, el Instituto Nacional de las Mujeres realizó un análisis de la situación de las y los jóvenes argentinos/as residentes en áreas urbanas, el que mostró indicadores preocupantes -expuso el ente nacional- especialmente en el caso de las mujeres.

Detalla que las/os jóvenes provienen de hogares cuyos ingresos per cápita son más bajos que para el total nacional (se concentran, sobre todo, en los primeros deciles, especialmente las mujeres). En cuanto a su situación educativa, entre la población de 15 a 18 años, resulta elevada la proporción de las/os que continúan escolarizados. No obstante, preocupa que algo más del 15% de los varones y un 12,5% de las mujeres abandonen los estudios en edades tempranas. Al igual que para el promedio general, las mujeres alcanzan mejores credenciales educativas. Sin embargo, entre los/as jóvenes que no se encuentran participando del sistema educativo, resulta alarmante que un 35,7% de los varones y un poco menos en el caso de las mujeres, el 31,8%, abandonan la escuela media sin finalizarla.

En cuanto al acceso al mercado de trabajo, la tasa de actividad de las/os jóvenes resulta más baja que el promedio nacional. Sin embargo, en este punto es posible identificar brechas de género. Para las mujeres, la tasa de desocupación supera a la tasa de empleo, mientras en el caso de los varones, la proporción resulta inversa.

Ya desde la temprana edad de la juventud, las mujeres presentan mejores credenciales educativas que no se traducen, en la práctica, en mejores indicadores de empleabilidad para ellas.

Por su parte, si se analiza la situación de “inactividad” (es decir las/os jóvenes que no participan del mercado de trabajo), empieza a vislumbrarse la división sexual del trabajo, ya que desde muy pequeñas, una mayor proporción de mujeres se dedican a trabajos de cuidado no remunerados respecto a sus pares varones. Este hecho podría indicar una eventual maternidad temprana o la responsabilidad que recae mayoritariamente sobre ellas en el cuidado de hermanas/os u otros familiares.

El estudio exponer que si se pone el foco en la población joven que se encuentra ocupada, es posible analizar como las brechas de género se intensifican especialmente.

La brecha de ingresos en la ocupación principal, entre varones y mujeres, alcanza al 29% (superior al promedio nacional) y si se analiza esta distribución según deciles, es posible observar que casi un 60% de las mujeres que trabajan, se concentran en los primeros 3 deciles. Esta situación muestra el alto grado de precarización al que las mujeres se encuentran expuestas, respecto de sus pares varones y a su vez respecto de la población general.

Por último, los sectores de la economía en los que se desempeñan las mujeres jóvenes, son sectores “feminizados” (trabajos domésticos y de cuidados), que a su vez registran ingresos promedio más bajos que el resto de los sectores.

Características demográficas

Las y los jóvenes, según datos del tercer Trimestre de la Encuesta Permanente de Hogares correspondiente a 2018, representan un 16,4% de la población total urbana del país. En términos de cálculos ponderadores son más de 4.556.278 millones de personas.

La composición por género resulta pareja: Mitad se declaran mujeres y mitad varones. La distribución etaria también resulta similar, alrededor del 40% de las mujeres y varones poseen entre 15 y 18 años y el 60% entre 19 y 24 años.

Cuando se analiza la composición familiar de los/as jóvenes, el 50% de los varones proviene de hogares nucleares completos, reduciéndose al 45% en el caso de mujeres. Son más mujeres las que pertenecen a familias extendidas (es decir, con presencia de familiares no directos), alcanzando el 34%, mientras que dicho valor se reduce al 29% para los varones. Resulta similar, por su parte, la proporción de jóvenes que viven en hogares monomarentales (hogares con jefatura femenina y ausencia de cónyuge).

En cuanto a la relación de parentesco que poseen las y los jóvenes respecto del jefe del hogar, la mayoría se declara hijo/a. Sin embargo, se destaca una sutil diferencia en cuanto que dicha incidencia se incrementa especialmente entre los varones respecto a las mujeres (77,9% y 73,2%). Así, el 7,1% de las mujeres vive en hogares con “pareja o cónyuge”, más de 5% por encima de sus pares varones. Se podría inferir que mayoritariamente son las mujeres quienes parten de sus hogares de origen en edades más tempranas para formar otros. Por su parte, un 7.7% de los varones se identifica como jefe de hogar mientras que dicho porcentaje se reduce al 5,9% en el caso de las mujeres jefas jóvenes.

Un poco más del 50% de mujeres y varones posee algún tipo de cobertura privada de salud (obra social o prepaga), porcentaje que resulta menor al registrado para la población en general (62,7% para varones y 65,8% para las mujeres). En oposición, 4 de cada 10 jóvenes poseen cobertura pública exclusiva, mientras que para el promedio nacional se reduce a 3 de cada 10. Es decir, sin identificar diferencias significativas entre varones y mujeres, es posible concluir que, en cuanto el acceso a la salud, los jóvenes presentan indicadores más precarizados (tiene menos cobertura de obra social y, por ende, deben utilizar el sistema público exclusivamente) que el promedio nacional.

Los ingresos totales de los hogares a los que pertenecen las/os jóvenes constituyen un buen acercamiento a su situación socioeconómica. De esta forma, la variable correspondiente al ingreso total per cápita distribuye el ingreso total familiar entre todos los miembros de cada hogar en formas iguales, independientemente de si la persona percibe o no ingresos individualmente. En tal sentido, la mitad de los jóvenes varones (49,3%) poseen ingresos per cápita ubicados en los primeros 3 deciles, es decir, los más bajos. En el caso de las mujeres, dicho porcentaje resulta superior al de los varones (52,8% y 49,3% respectivamente). Esta distribución permite inferir que las y los jóvenes presentan indicadores más vulnerables que la población general (dado que para el promedio nacional los primeros 3 deciles concentran alrededor del 40% de la población, en igual proporción entre varones y mujeres).

La tasa de actividad de las/os jóvenes, es decir, los/as personas que se encuentran trabajando, o buscando activamente trabajo, resulta más baja que el promedio nacional. Esta situación resulta esperable dado que, muchos de ellos/as aún se encuentran transitando el sistema educativo formal. Al respecto, si la tasa de actividad para mujeres en el total nacional es del 49,1%, en el caso de las jóvenes se reduce al 31,9%. En cuanto a los varones, la variación pasa del 69% al 44,9%. Es decir, que los varones poseen tasas de actividad más elevadas que las mujeres, (44,9% y 31,9% respectivamente). Parte de estas diferencias se podrían explicar por el hecho de que las mujeres persisten en el sistema educativo por más tiempo. Sin embargo, y a pesar de que esta diferencia resulta menor que para el total nacional, es posible identificar que comienzan a reproducirse las brechas de género en el interior de este subgrupo. Tal es así que la tasa de desocupación, que mide la proporción de personas que se encuentran buscando activamente trabajo, impacta mayormente en las jóvenes mujeres por sobre los varones: Casi un 30% se encuentran desocupadas, reduciéndose 10 puntos en el caso de ellos. Por primera vez es posible identificar que esta tasa resulta superior a la tasa de empleo (es decir, la proporción de personas ocupadas sobre la población total). Si bien la desocupación resulta superior al promedio general para ambos géneros, impacta más fuertemente en las mujeres que en los varones.

El 36,5% de los varones se encuentra ocupado, superando en 13,7% a las mujeres. Al contrario, ellas presentan mayores porcentajes de inactividad, alcanzando al 68% de la población, un 13,3% por encima de los varones. De acuerdo a lo observado en el bloque educativo, la presencia de mujeres allí resulta mayor a la de varones, sobre todo en los tramos etarios superiores. En este sentido, dada la menor proporción de mujeres jóvenes que se encuentran ocupadas con trabajos remunerados en relación a los varones, desde el Instituto se pregunta si la posibilidad de retrasar el ingreso al mercado laboral estaba condicionada por la permanencia en el sistema educativo. Sin embargo, marca que el porcentaje de mujeres ocupadas que asisten al sistema educativo alcanza al 13,6%, porcentaje similar al identificado en el caso de los varones. Es decir -afirma- que la permanencia en el sistema educativo no pareciera ser la variable que explique la diferencia en la proporción de ocupación entre las mujeres y varones.

Entre la población joven que se encuentra inactiva, es posible identificar que los varones se concentran, en mayor proporción que las mujeres, en la categoría de estudiante (82,3% y 77,3% respectivamente). Es paradójico como aquí se vuelven a reproducir los roles y estereotipos de género, dado que un 16% de las mujeres que no participan del mercado laboral, se dedican a tareas de cuidado no remuneradas al interior de sus hogares, respecto a un 3,1% en varones, a pesar que son ellas quienes, en mayor proporción, tienen mejores credenciales educativas y prolongan su estadía en el sistema educativo formal.

De esta forma, el hecho de que una proporción significativa de mujeres que no trabajan ni estudian se dediquen a las tareas de cuidados en el hogar, de acuerdo a la información recolectada en el gráfico anterior, estaría indicando una eventual maternidad temprana. En este sentido, en Argentina, tener hijas/os disminuye el ingreso de las familias y en particular, el ingreso de las/os jóvenes, la reducción del ingreso impacta negativa y diferencialmente, dado que se encuentran en plena transición hacia la vida adulta, con eventos todavía no completados. Las/os jóvenes que tienen hijas/os en edades muy tempranas todavía no se han consolidado en un empleo formal, ni han logrado conformar un hogar autónomo. Y añade que del análisis de la encuesta Nacional de Juventud, llevada adelante por el INDEC en el 2014, casi 4 de cada 10 jóvenes en el país, tiene responsabilidades de cuidado, sobre todo de niños/as. La tasa de mujeres que realizan este trabajo clave para la sostenibilidad de la vida, duplica a la de los varones. Adicionalmente, las actividades de cuidado tienen una incidencia mayor entre las/los jóvenes provenientes de ingresos bajos.

 

Jóvenes ocupadas/os

9 De cada 10 jóvenes que trabaja tienen edades comprendidas entre los 19 a 24 años. Persiste un 10,9% de varones y un 7,1% de mujeres que se encuentran trabajando en edades muy tempranas. Por otra parte, es posible analizar los trabajos a la luz de la calificación de la tarea. Como primera medida es posible observar que no existen diferencias de género en cuanto al tipo de tarea que llevan adelante: Casi 9 de cada 10 jóvenes son obreras/os o empleadas/os, mientras que un poco más del 12% son cuenta propia. Otro aspecto relevante se refiere a la cantidad de horas semanales dedicadas a la tarea. De esta forma, el 59,6% de las mujeres ocupadas se las considera ocupadas plenas, mientras que un 21,3% trabajan menos horas de las que desearían (subocupadas). Para ambos casos, los porcentajes superan levemente al de sus pares varones (50,5% y 17,7%, respectivamente). Sin embargo, registran un comportamiento similar al promedio nacional: Las mujeres presentan mayores proporciones de ocupaciones plenas y subocupación mientras que los varones se encuentran sobreocupados en mayor medida.

 

Ingresos promedio

En las/os jóvenes los ingresos resultan mucho más bajos, en comparación con los salarios del promedio nacional y a su vez, persiste una brecha salarial cercana al 30% entre varones y mujeres. En este caso, es más alta que la brecha identificada para la población general.

El ingreso de la ocupación principal puede ser ordenado también según deciles. Resulta llamativo y preocupante -manifiesta el Instituto- que un 6,1% de las mujeres dice no haber percibido ningún ingreso pese a encontrarse ocupadas. Dicho porcentaje se reduce al 5,2% para el caso de los varones. Por su parte, el 59,6% de las mujeres jóvenes ocupada se concentran en los primeros tres deciles, y menos del 4% en los últimos tres. O sea que las brechas salariales empiezan a impactar desde un primer momento de ingreso al mundo laboral.

En cuanto a las condiciones bajo las que trabajan las/os jóvenes, (es decir, si tienen un empleo regular, aportes jubilatorios, vacaciones pagas, obra social, etc.), un poco más del 30% de mujeres y varones poseen trabajos en esta condición. Es decir, entre las/os jóvenes ocupados, además de muy bajos salarios (especialmente las mujeres) redunda la precariedad e informalidad laboral, no pudiendo identificar, para este caso, diferencias por género. Por último, las jóvenes mujeres se desempeñan en mayor proporción en sectores de la economía más “feminizados” en relación a sus pares varones. El 17,7% de éstas se desempeña en el sector de cuidados, respecto a un 1,8% de los varones y a su vez la mayoría de ellas lo hace en el servicio doméstico (14%), mientras que en los varones se reduce al 0,5%.

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