Apuntes de un rockero

El talentoso Señor Miguel

Integra una banda exitosa, muy buen solista, pero trabajó como chofer de UBER, albañil y changas. Lavar autos en una concesionaria fue su último empleo hace dos años. Mucho talento, poco reconocimiento. 

  • 28/10/2018 • 13:24
“Muy pocos viven de lo que les gusta en este país”.
“Muy pocos viven de lo que les gusta en este país”.

*Por José Antonio Villanueva

 

 

Cantante, compositor, luthier, chofer de Uber, albañil, Tickteck, ex trabajador de YCRT (estuvo cuatro años y lo echaron), dos bandas; una de rock “Las Trampas de Lily” y “The Garcons Psicoblues” en la que toca con su hijo Martín; dos libros, “Apuntes Rockeros”, símil a una autobiografía y Tamarisco, que son recuerdos de su infancia en Gobernador Gregores. Todo este currículum no alcanzó. Miguel Jancich está desempleado en Buenos Aires desde hace dos años. Su último trabajo fue el lavado de autos en una concesionaria. Vive en Paternal.

Realizó shows con las Trampas en varias provincias pero con la crisis actual no hay tantas presentaciones, las que tampoco le redituaban, ni ganaba ni perdía. Ahora “los promotores no dan bola”. Cuando puede toca solo.

“Son las dos cosas que hago. Pero somos una banda media extraña porque nos pasan en la radio, a la gente les gustan, nos  dan bolilla los medios, pero los promotores no nos dan mucha bolilla”, contó.

Solo falta que “alguien ponga algo de plata”. La banda y él son “accesibles”. “No pedimos una cosa extraña y creo que debemos ser la banda más barata para llevar”, dijo.

En Buenos Aires hay mucha competencia musical, y poca oferta laboral para Miguel. “Hice laburo de oficina, lo que pude conseguir, igual acá no conozco a nadie y se puede caer en cualquier lado”.

Ya ni siquiera es tocar gratis, sino pagar. “Si protestás viene otra banda. Nosotros (Las Trampas) por eso no tocamos  donde haya que poner dos pesos. Me planté con esa postura de tanto tiempo porque uno se merece tocar bien, no ganar ni perder”, acusó.

El último disco de las Trampas fue “Suerte de estar vivo”, en 2015. Ese año presentó en Río Gallegos su trabajo solista “Munición”.

 

TS: -¿Tan complicado es que vengan a tocar o toques vos en Río Gallegos?

MJ: Está mi vieja. Tenemos alojamiento y hasta comida. A Gallegos no voy a tocar porque no me guste, me encanta. La última propuesta que me hicieron fue para que vaya, me pague yo el pasaje y con las entradas me pague el pasaje de vuelta. Me pregunto si a otros cantantes le hacen lo mismo. Es una chicaneada. Yo lo tomo con humor, pero bueno, es una falta de respeto que te digan eso. Algunas cosas me las guardo… Quizá no lo hacen de mala onda, pero creen que vos regalás tu trabajo, pero yo no lo puedo hacer, sino lo haría.

 

-Es una discusión eterna: La falta de  espacio a artistas locales, pero el pago de miles de pesos a artistas consagrados.

Cuando era chico iba a ver bandas, las primeras bandas de heavy metal y les costaba, el reclamo era el mismo. Ahora veo que por lo menos se hicieron eventos que llevan bandas y gente, pero no creo que haya cambiado mucho.

 

- Sos lutier…

Siempre me gustó. Metí la mano en la guitarra porque cada vez que la llevaba me cobraban una burrada, así que hice el curso y me gustó, y me metí de lleno. Es un oficio hermoso. Arreglé guitarra, bajos, violines, charangos y muchas cosas más que uno le va agarrando la mano, pero hay que hacerlo con cuidado.

Sin darse cuenta Miguel agregó un capítulo más a su libro “Apuntes Rockeros”. “Me dijeron que lo haga más largo, pero lo escribí con dudas a ver si a alguien le iba a interesar, aunque al libro le fue  bien”, recordó.

“Muy pocos viven de lo que les gusta en este país”, advirtió. Pero Miguel, más allá de sus sueños de joven de “meter gente” en los recitales (“porque sino no vivís del negocio”, aclara) solo busca un trabajo fijo, quizás sacar un crédito para comprar una casa. “Es todo lo que necesito. O comprar algo allá en el Sur, Gregores o Gallegos. Sencillo, un patio chico, una parrilla y te fuiste”, detalló.

La casa es otro tema aparte. Miguel es propietario de una casa del IDUV en el barrio 122 Viviendas que fue usurpada cuando viajó a Buenos Aires. Su amigo que la cuidaba llamó a la policía, pero quedó en la nada. “Ahora ni sé si estarán los mismos en la casa. Cuando fui ni siquiera pasé, para no amargarme”, confesó. “Si alguien lo lee, debería saber que alguien perdió la casa y nadie movió un pelo”, advirtió.

“Uno cree que hizo muchas cosas, y de repente estás a la deriva como todo el mundo”, sentenció. Parece la letra de un tema, un tango quizás.