Una historia particular

Encaminó su vida gracias al karate

Se trata del profesor Héctor Fabián Camporro, quien descubrió el karate por consejo de sus padres luego de haber dado “malos pasos” como adolescente. 34 Años después, él y toda su familia son cinturones negros y enseñan en diferentes lugares de la ciudad. Conocé una historia de superación.  

  • 27/05/2018 • 11:41
“Mi casa la hice con mis propias manos, ya que fue un objetivo que me puse en mi cabeza y lo logré hacer”
“Mi casa la hice con mis propias manos, ya que fue un objetivo que me puse en mi cabeza y lo logré hacer”

Entre los profesores más reconocidos de Río Gallegos aparece Héctor Fabián Camporro, todo un ícono del karate junto a otro enorme profesor como Jorge Furriol.

Enseña en la asociación “Shoto Yuku”, que funciona en el Atlético Boxing Club, y lo que lo distingue de otros es, no sólo su talento natural para este arte marcial, sino su historia personal. Esa que lo llevó a enamorarse del karate.

Fabián tiene 50 años, es abuelo de tres hijos y nació en Río Gallegos con una trayectoria de 34 años en el karate. 14 Años continuos de practicante y el resto como instructor de karate.

Se jubiló de la administración pública, donde llegó a ser gerente del Hospital Regional de Río Gallegos, además de haber trabajado en el Tribunal de Cuentas.

 

SUS COMIENZOS

La historia de Fabián con el karate comenzó de adolescente y tras momentos realmente complicados, según el mismo relató.

“Yo soy hijo único. Papá y mamá se separaron cuando yo tenía 13 años, en un momento difícil de mi vida y esa fue una situación en la que yo tomé algunos malos pasos de adolecente como puede ocurrir y en medio de esos errores mis padres se unieron en esa situación difícil y me aconsejaron, acompañándome para que yo me encamine y me dijeron que hiciera alguna actividad física, por lo que yo decidí comenzar karate”, recuerda.

Luego agrega: “Empecé en 1983 con un estilo distinto que había en Río Gallegos, que se llamaba Shorin Riu y luego, con el tiempo, no me pude adaptar a los ritmos de esas clases por la escuela y me anoté en el Hispano Americano allá por 1986, con 18 años. Ese año fue de cambios para mí porque también me casé con mi señora, en ese entonces muy jóvenes, yo con 18 años y mi mujer con 16 y hoy seguimos juntos. Ella me acompañó en el camino del karate y eso más las responsabilidades de familia me llevaron a conducirme en un camino de superación”.

Fabián asegura que, hoy por hoy, se encuentra con 32 años de práctica continua y 20 años de enseñanza acompañando la historia del karate de Santa Cruz, pero sostiene que sus comienzos fueron como parte de una historia de vida superadora y para no cometer errores que comúnmente comete cuando uno no hace caso a los mayores.

“Es por eso que cuando alguno de mis alumnos necesita algún consejo sé de lo que hablo porque sufrí el tema de la separación de un papá o una mamá, porque si bien ellos me dieron mucho individualmente, cuando uno es chico no lo entiende. Lo va entendiendo después y yo puedo decir qué excelentes padres”, indicó.


“Cachiporra”

Ya metiéndose de lleno en el momento que le cambió su vida, este grande del karate contó: “Cuando yo era adolescente, a mí en Río Gallegos me conocían con un sobrenombre particular que era “cachiporra” porque vivía peleando, por lo que yo no entré a karate para aprender a pelear, porque en definitiva yo ya peleaba mucho los fines de semana, cuando salía y lo que necesitaba era una contención. Entonces, en el karate encontré un grupo humano muy lindo, con gente grande y adulta que lo practicaba como Félix Martínez con sus hijos, la familia Ulloa, Mario Vargas con sus hijos y encontré familias en el karate, que era lo que yo necesitaba con 17 o 18 años y espiritualmente me sirvió mucho. Yo no entré para aprender a pelear, sino que entendí la filosofía, aprendiendo que era para pelear con uno mismo y vencer las miserias que tiene el ser humano. Leí muchos libros del karate y a pesar de ser un cinturón principiante, tenía mucha bibliografía y esa filosofía me atrapó en el karate más allá que después uno encuentra una técnica de defensa personal, eso sirve. Me gustaba mucho hacer kumite, pero entendí que para hacer combate tenés que tener control mental. Si no tenés control mental, no le podés ganar a otro”.

(Lea la nota completa en la edición impresa del diario TiempoSur)