Justicia, política y espectáculos

El juez de los escándalos

Tenía 70 años y se había negado a la vacunación contra el COVID. El escándalo fue su modo de vida. Toda la lejanía y el secretismo de los claustros de Tribunales se venían abajo cuando Norberto Oyarbide tomaba la noche de rehén. Mediático, escandaloso y polémico. Una vida que en algún momento será material de serie o Biopic. Fue un juez distinto. Nos interpela sobre la Justicia que tenemos y sobre lo inconveniente de tener un perfil altísimo cuando se debe emitir fallos que afectan al poder real. Lo que sigue a continuación es solo un compendio de las andanzas del entrerriano que no pudo vencer al Coronavirus y sus consecuencias. Una neumonía bilateral pudo con él.

  • 03/09/2021 • 10:10
Justicia, política y espectáculos. Eso y más era Oyarbide.
Justicia, política y espectáculos. Eso y más era Oyarbide.

Murió Norberto Oyarbide, sinónimo de los jueces de la servilleta de Corach, en plena década de los ´90.

Le pidieron 47 veces el juicio político.

Vamos de vuelta, suena fácil. 47 veces le pidieron el juicio político. 21 Años al frente del Juzgado Nº5 de Comodoro Py. ‘’Un símbolo de extravagancia que tenía sociedades con la Policía Federal, que fue mi amigo, que me traicionó después de tomar ríos de champán juntos y que terminó dándome la espalda agobiado por tantas presiones’’, lo recordó Baby Etchecopar.

‘’Tenía la vara de la absolución fácil’’, dice de él Jonathan Viale.

 

Se vestía como un integrante de Queen, al mejor estilo Freddie Mercury ochentoso. Era capaz de presentarse en un baile a tocar el teclado de la Mona Jiménez y danzar ‘’Beso a Beso’’ envuelto en una marea de sudor y éxtasis, y al otro día citar a indagatoria en la causa de la mafia de los medicamentos. En los últimos años, lo escracharon muchas veces mientras cenaba a la carta en los restaurants más lujosos del país; llevaba un tren de vida asentado en la noche y la exposición, que glamour más, glamour menos, no encajaba en lo que se supone debe ser la imagen pública de un juez que tiene en sus manos las causas que más queman de toda una nación.

…Porque es lo que se supone, ¿no?

Inclasificable. Ingobernable. Incorregible.

Amaba las canciones de amor de Cacho Castaña, Nino Bravo y Sandro. Cantó ‘’Penumbras’’ en el Sindicato de Taxistas porteño una noche de cena show donde se quebró en lágrimas recordando al gitano, vestido de oropeles y recibido a toque de fanfarria. Lo pintoresco, lo extravagante, era su modus operandi, y la celebridad penosa se apoderó de su nombre al quedar envuelto en un ‘’videotape’’ que se desarrollaba en un prostíbulo al cual protegía como Juez Federal, al cual acudía regularmente y por el cual el hombre de la noche, Luciano Garbellano, se cansó de extorsionarlo y humillarlo. Resistió como pudo en su puesto, de manera polémica, y terminó renunciando muchos años después, pero asegurándose al fin y al cabo de poder cobrar su jubilación de privilegio. Es que al final del día, siempre le interesó mantener un tren de vida costoso.

Usaba un anillo (producto de un fastuoso regalo) de oro y diamantes que hubiese hecho las delicias y la envidia de un jeque árabe, valuado en 250.000 dólares y producto de las guerras intestinas por gemas preciosas del corazón de Africa. Además, lo había ingresado al país sin declararlo a través de la frontera uruguaya.

Estaba obsesionado con su integridad física. Cada vez que iba al baño en los tribunales de Comodoro Py, dejaba un custodio armado en la puerta del mismo. Nadie más podía entrar al baño, la seguridad clausuraba el paso. Se sentía perseguido y amenazado permanentemente, porque más allá de sus dotes como jurista, tenía causas pesadas en sus cuidadas manos.

La política lo presionaba permanentemente. Es que estaba un poco flojo de papeles. El bloque del peronismo en el Senado lo salvó el 11 de septiembre de 2001 del Juicio para destituirlo, mientras las Torres Gemelas se caían en Nueva York y todos estaban en otra cosa. Sus años de gloria se dieron durante el menemismo, porque compartía la manera cholula de mirar al mundo que se hizo casi religión en aquella época de ‘’pizza con champán’’ y ‘’relaciones carnales’’ con Estados Unidos.

‘’Trabajaba mucho, y tengo entendido que de acuerdo a las reglas, pero fue muy flexible en su relación con la política’’, dice sobre él Sergio Berenztein, encuestador y analista.

Su amistad con Baby Etchecopar cruza las décadas, los gobiernos y las tendencias, con interminables sobremesas en Gardiners después de cenar mollejas al champán, sus preferidas, y degustar diferentes tipos de mousse, los más agradables a su paladar.

‘’Hizo de la Justicia un espacio de frivolidad’’, reflexiona el periodista Tato Young para describirlo.

Su vida privada, muchas veces, y estamos hablando de otras épocas, otros preconceptos y otros mandatos, le jugó una mala pasada, y lo hizo pasible de burlas, aprietes y extorsiones. Una sexualidad negada, encubierta, guardada con mucha vergüenza por sobre todas las cosas ante el pudor de cara a la mirada de su madre, lo condicionaba a la hora de actuar e impartir Justicia. ‘’Stiusso (ex jefe de la SIDE)  tenía un poder muy fuerte, me maltrató de la peor manera, la prepotencia con que me trató es propia de la Ley de la Selva’’, dijo el polémico ex Juez en la mesa de Podemos Hablar, consultado por Débora Plager, y ante la mirada azorada de Andy Kusznetoff.

‘’Oyarbide es un símbolo de la Justicia que tenemos, de lo que es el Poder Judicial, viciado hasta el extremo y vuelto caricatura a través de sus locuras. Pero no es el peor de todos, ni el más corrupto. Es solamente un espejo deformado que delata en manos de quién estamos. El sistema no lo purgó, nunca lo condenó y muchas veces lo amparó. Es una demostración a los gritos de que hay que cambiar para mejor, urgente’’, lo definió Luis Gasulla, columnista de Radio Rivadavia.

Nos dice su vida, su accionar y su huella, mucho de la Justicia argentina de las últimas tres décadas. Por momentos, nos grita.

‘’Sin Justicia, somos miserables’’, decía Víctor Hugo.