Cultura Alejandra Pizarnik: la última escritora surrealista Escritora y traductora argentina, Pizarnik desarrolló una de las obras literarias más asombrosas del siglo XX. Sus versos, en constante tensión entre el automatismo surrealista y la exactitud racional, atraviesan la propia vida de la poeta, adentrándonos en su nostalgia por la infancia perdida, atracción por la muerte, profundo intimismo y deseo de ser amada y reconocida. 25/09/2023 • 00:00 Detener audio Escuchar En la madrugada del 25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik se dirigió al despacho que tenía en su departamento en Buenos Aires. Cogió una tiza, se aproximó al pizarrón que había en la pared y escribió: “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”. Luego regresó a su habitación, ingirió cincuenta pastillas de barbitúricos y murió. A los 36 años, Pizarnik abandonó la vida dejando a su paso uno de los legados poéticos más importantes de la literatura latinoamericana. Orígenes y primeras influencias Hija de Elías Pozharnik y Rejzla Bromiker, inmigrantes ucraniano-judíos, Flora Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936. Poco antes de que ella llegara a la familia, Elías y Rejzla (quienes cambiaron su apellido original al llegar a Argentina) habían tenido a Myriam, la hermana mayor. La relación entre Myriam y Alejandra no fue fácil. La primera, rubia, educada y hermosa, encarnaba el ideal de hija perfecta que deseaba su madre. La segunda, en cambio, era una niña frágil y rebelde, condicionada por sus crisis asmáticas y la tartamudez que lastró su autoestima. Durante la infancia Alejandra Pizarnik empezó a sentirse fuera de lugar. Sufría por las constantes comparaciones con su hermana mayor y su condición de extranjera en Argentina. Lejos de Europa, la pequeña familia de cuatro estaba a salvo de la Segunda Guerra Mundial, pero la sombra del conflicto no dejó de acecharles prácticamente todos sus parientes fueron perseguidos en Rivne, Ucrania, y perecieron en el Holocausto. Conmovida por la presencia de la muerte e incómoda al reconocerse como un “ser distinto”, la Pizarnik adolescente desarrolló un carácter caótico, subversivo e inestable. Se volcó en su pasión por la literatura, recorriendo las mejores obras de filosofía, existencialismo y poesía. Leyó a Proust, Joyce, Artaud, Rimbaud, Baudelaire, Rilke y los surrealistas. Sufrió problemas de autopercepción física, se obsesionó con su peso corporal y empezó a desarrollar una adicción por los fármacos. Al mismo tiempo, desató su escritura, impulsada por el deseo de sobresalir, triunfar y ser reconocida. Aproximación al surrealismo Al terminar la secundaria, Alejandra Pizarnik se matriculó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela de Periodismo. En aquella época, acudió como reportera al Festival de Cine de Mar del Plata en 1955, pero pronto dejó a un lado el periodismo para priorizar sus intereses artísticos. Debido a su autoexigencia, Pizarnik era incapaz de permanecer en un sitio, así que abandonó la educación universitariapara entregarse únicamente a su escritura. Pese a estar en una etapa de expansión creativa, el asma y la tartamudez de la joven la condujeron a un aprisionamiento somático. Su padre, que siempre la había cuidado y protegido, le cubrió económicamente las sesiones de terapia y costeó los gastos de su primer libro, La última inocencia, publicado en 1956. El psicoanálisis no solo ayudó a Pizarnik a gestionar su ansiedad y restituir su autoestima, sino que también le abrió las puertas al inconsciente, un nuevo mundo en el que indagar. Fusionando literatura con su creciente interés por la subjetividad, la escritora empezó a desarrollar una voz poética que se sumergía en lo onírico y la búsqueda de la identidad, recorriendo temas como la nostalgia por la infancia perdida, la muerte, la extranjería o la relación entre la vida y la poesía, a través de un profundo intimismo y sensualidad. Refugio literario en París En 1960, a los 24 años, Alejandra Pizarnik decidió trasladarse a París. Allí encontró un refugio literario y emocional. Publicó poemas y críticas en varios periódicos. Dada su inagotable sed intelectual, Pizarnik estudió Literatura Francesa e Historia de la Religión enla Sorbona. Fue entonces cuando conoció a varios escritores con los que forjó una amistad que duró toda la vida, entre ellos Julio Cortázar (Pizarnik decía que ella era la Maga de Rayuela), Rosa Chacel y Octavio Paz (quien redactó el prólogo para su reconocida obra Árbol de Diana en 1962). Cuatro años más tarde, Alejandra Pizarnik regresó a Buenos Aires habiendo madurado como poeta. Justo en ese momento solo necesitaba tiempo para volcar su torrente literario en las páginas y expandir su obra. “Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta”, escribió. Después de París, Alejandra Pizarnik publicó tres de sus principales volúmenes: Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Su poesía oscilaba entre el automatismo surrealista y la voluntad de exactitud racional. Eran piezas sin énfasis, a veces incluso sin forma, como anotaciones y alusiones de un diario personal. Ventanas metafóricas, espacios para la reflexión. En 1967, su querido padre murió de un infarto en Buenos Aires. A partir de entonces, tanto los versos como las entradas diarísticas de Pizarnik se tornaron más oscuras. La intrínseca unión entre su apasionada poesía y su vida quebrada por la pérdida llevó a Alejandra Pizarnik a sufrir diversas crisis depresivas y problemas de ansiedad. En 1968, se mudó junto a su pareja, la fotógrafa Marta Moia, pero eso no evitó que la tristeza perdurara y su adicción por las pastillas aumentó. Muerte y legado literario A finales de los sesenta e inicios de los setenta, Alejandra Pizarnik recibió la beca Guggenheim y la beca Fullbright en reconocimiento por la calidad de su obra. Pero la depresión persistió, conduciéndola a una clausura progresiva y a un primer intento de suicidio en 1970, afligida por el dolor y la necesidad de atención y amor. Su íntimo amigo Julio Cortázar le suplicó en la última carta: “No te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza —y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte”. Tras ese primer intento, Pizarnik ingresó en el hospital psiquiátrico de Buenos Aires. Pero ni la ayuda médica, ni las becas, ni las cartas lograron evitar que la madrugada del 25 de septiembre de 1972 se quitara la vida. Algunos biógrafos dicen que la muerte quizás no fue intencionada, señalando la posibilidad de que Pizarnik ingiriera por error una excesiva dosis de pastillas. Tras ella quedaron siete poemarios, un diario de casi 1.000 páginas, relatos cortos, una obra teatral, una novela breve y una extensa correspondencia, muestras de su simbolismo desmesurado y extraordinaria capacidad de expresión emocional. “Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía. Es una sensación que no comprendo perfectamente; es algo vago, lejano, pero lo sé y lo aseguro”, anticipó Pizarnik. La verdad es que no sabemos hasta qué punto murió de poesía, la única certeza, en este caso, es que gracias a la poesía la voz deAlejandra Pizarnik sigue y seguirá con vida. Temas Cultura Lás más leídas en Música & Cultura 1 Fotografías semifinalistas de la 4° edición de “Energía Itinerante Fotografía - Mujeres que Inspiran” Santa Cruz 2 Vecinos y vecinas se perfeccionan en Esgrafiado con artistas de Caleta Olivia Santa Cruz 3 Río Gallegos celebró el Día Nacional del Teatro Santa Cruz
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