Pasó de ser santo a la naranja mecánica

El fútbol holandés, o más bien el de su selección, generó una verdadera revolución allá por la década del 70. Esta tuvo su momento de máximo esplendor en el Campeonato Mundial del 74, en Alemania. Allí se vio un equipo que aprendió a moverse como una máquina y que se transformó casi en invencible. Esa manera de jugar, con el pressing ofensivo y defensivo como principal arma y con actores perfectamente elegidos para interpretar esta obra, sumado al color de su camiseta le dio origen al nombre, La Naranja Mecánica. Pero los dueños de este “Fútbol Total”, como se lo conoció también por esos tiempos, no sólo supieron cómo cambiar las fichas de este juego, dejar boquiabiertos a los fanáticos del fútbol o inspirar a alguna pluma. Fue más allá de esto todavía. Este equipo generó de todo, principalmente una manera diferente de hacerle al deporte de la pelota. Y también una razón más para dividir a los líricos de los resultadistas. Es que pese a todo lo que provocó, a la Selección de Holanda de los 70 le faltó, o no, un título. Fue finalista en el continente europeo, cayendo contra los teutones y estuvo también en la definición del Mundial que se hizo en nuestro país, en el 78, perdiendo con la albiceleste. A partir de ahí, la división. De haberse consagrado durante ese tiempo, quizás, hubiera logrado también la consideración y aprobación unánime. De todas maneras, ganó sin hacerlo, pasó de ganar dos partidos en 27 encuentros, entre 1949 y 1955, y a perder dos finales en ocho años. Más todavía, a partir de ese tiempo de oro, Holanda se ganó un lugar en el mapa, futbolístico, claro está.      

Salvando las distancias, en la Liga Independiente de Fútbol de los Barrios se generó una revolución esta temporada. Esto a partir de lo hecho por Don Bosco en el Torneo de Quinta División. Coincidentemente naranja. Coincidentemente con una manera de jugar inobjetable y superior al resto, pero con un final distinto. Mejor para algunos. Es que todo ese potencial lo pudo demostrar en una campaña con números también dignos de una revolución. Cambio que fue coronado con un título, anticipado por cierto.

En su última presentación, el equipo dirigido por Alberto Sebastianelli, se impuso a uno de los equipos que estaba también dentro de la lista de candidatos al número uno, Deportivo Palermo. El encuentro fue digno de una definición. Pese a que todavía quedaban fechas por disputar, la diferencia que había logrado el santo con respecto a sus inmediatos perseguidores lo había decretado así. Era una final, entonces. Hubo emociones varias. El encuentro finalizó 3 a 2 a favor del naranja. De los 17 partidos que lleva disputados hasta acá, Don Bosco ganó 15. En los otros dos, empató. Todavía no perdió y eso es noticia para el fútbol barrial. Hace meritoria su campaña. Le da mayor importancia y prestigio a lo conseguido. Pero los números avalan esta consagración no sólo desde lo colectivo sino también desde lo individual. Como aquella Naranja Mecánica de Johan Cruyff. Tiene al máximo goleador del campeonato y su valla es la menos vencida.  

Vale la pena recordar que Don Bosco ya había sido campeón en esta división. En el 2014 le ganó otra definición a Deportivo Palermo. En esa ocasión el resultado fue 2 a 0. Ese mismo año participó de los Juegos Nacionales Evita. Fue campeón local y provincial. En Mar del Plata, obtuvo el puesto número 16 entre los 23 equipos participantes. Ecos de un trabajo prolijo y a futuro que continúa. De esos que no son habituales en el fútbol, ni en el de inferiores y mucho menos en el de primera, que llegan para romper el molde y revolucionar el medio. Lo hizo Holanda a nivel mundial y ahora Don Bosco en el fútbol más convocante de esta ciudad.