Argentina A 82 de la muerte de Carlos Gardel Según un poeta, cada 24 de junio "cae una gota de plomo fundido en el corazón del pueblo". Bellas palabras aunque, pasados 82 años de la tragedia de Medellín, el dolor está lejos de ser el mismo. Pero sí la pasión. 24/06/2017 • 09:51 Detener audio Escuchar "Gardel es un mito porque cantaba maravillosamente. Le juro que si yo me pongo a cantar, no me convierto en un mito"-(Félix Luna). Cada día de ese día, alguien (muchos) se acerca al monumento en bronce de Gardel, pone un cigarrillo entre los dedos, lo enciende, y lentamente deja atrás por portones de la Chacarita. Y tampoco se apaga el misterio. Los temas recurrentes y machistas, sacramentados por la época: el varón herido por la mujer tornadiza y casquivana, y la chica humilde, de conventillo, perdida por el cabaret, el champagne y los hombres de muchos billetes. Hoy, ¡anatema! Sin embargo, la voz del mago hace olvidar el juicio de la sociología. Gardel sigue construyéndose. De aquella primera imagen de su debut con Razzano ("gordo, redondo, de sobretodo marrón pesputeado y a la rodilla, sombrero gacho blando caído sobre un ojo, buyanda rayada blanca y negra"), llega al dandy de frac, smoking, chaleco blanco, galera, y al turfman impecable de traje british y prismáticos en los domingos "del hache nacional": el hipódromo de Palermo. Y para ver a su gran amigo, el jockey uruguayo-argentino Irineo Leguisamo, montando a Lunático, su caballo, su berretín, y "llegando al disco triunfal", según el tango que le dedicó. El pingo, un alazán tostado, corrió entre 1925 y 1929, 36 carreras, ganó 10, Gardel lo pagó cinco mil pesos… y sus patas le reportaron premios por más de 70 mil. Tuvo siete caballos más, pero no fueron tangos ni historia. La investigación no dejó dudas: fuerte viento, promontorios en la pista por arreglos recientes, y exceso de peso en el de Gardel: apenas 55 kilos menos que el máximo tolerado. Pero como dice un periodista en un film de John Ford, "entre la realidad y la leyenda, publiquemos la leyenda". El cigarrillo entre los dedos de bronce del Mudo (acaso el más ingenioso de sus apodos) se apaga, pero alguien renueva el rito. El fuego que lo mató es también el fuego que fundió el bronce para su estatua. Un bronce que sonríe. Siempre. Como aquel chiquilín que cantaba, de pantalón corto, entre las rústicas y castigadas mesas de los cafetines. El mismo del tango Corrientes y Esmeralda. "En tu esquina rea cualquier cacatúa / sueña con la pinta de Carlos Gardel". Temas Hoy Lás más leídas en Argentina